Fumero
Aquella noticia me conmovió. No me tomó por sorpresa porque era algo que podía suceder cualquier año por estas fechas.
Aquella noticia me conmovió. No me tomó por sorpresa porque era algo que podía suceder cualquier año por estas fechas.
Hablan de paz y no se tratan pacíficamente, piden oraciones para detener la guerra, reclaman desde lejos que cesen los conflictos, pero libran otra guerra contra alguien que exprese un punto diferente.
Amor sin frenos, desnudo, al descubierto, el que pasó por tanto y sobrevivió a los siglos, el que no espera nada y lo da todo; y pasa callado y vive a la altura de un beso, al alcance de una mano.
Una y otra vez, porque nació en Cuba y en este continente, un día que pudo ser cualquiera y que, de algún modo, lo es, pues, aunque en estas fechas nos resulta imposible no nombrarlo, nació para estar siempre, a pesar de que no todos le pregunten cada día qué hacer, adónde posar la mirada, de dónde quitar el lunar que afea, dónde encender la lámpara que ciega a algunos e ilumina a otros.
“No te deseo que el 2022 te traiga felicidad. Te deseo que logres ser feliz, sea cual sea la realidad que te toque vivir”.
Aunque están vívidos en mis recuerdos, sin distinción de días ni jornadas, en estas semanas, por obra y gracia de costumbres aprehendidas, pienso más que nunca en mis maestros.
Me dijo así aquel muchacho en respuesta a un comentario. Una fotografía en la red social Facebook lo mostraba en una fiesta rodeado de otros jóvenes desprotegidos.
Cuentan que un trabajador de un frigorífico, justo a la hora de terminar su jornada, comenzó una inspección. Por error quedó atrapado y, ante la imposibilidad de solicitar auxilio, estaba condenado a morir por hipotermia.
Esta palabra que ha sido siempre bendecida va de boca en boca. Es difícil encontrar un contexto donde se le use con menosprecio, se le vilipendie o arremeta contra ella. Una palabra hermosa y llena de dicha.
Aunque celebramos un Día Mundial de la Salud Mental, a veces soslayamos el valor que representa alguien que ayude a sanar nuestras almas.
José Aurelio oteaba el horizonte esperando que quizás le llegara una de mis botellas, él que no era un náufrago y que nunca estuvo solo.
Mas entre todas prefiero la luz que yace adentro de seres especiales, aunque haya que permanecer despiertos para percibirla, para verla allí y que te toque.