Estar en paz

Hace pocos días una amiga proclamaba su necesidad de paz, de estar en armonía con su entorno, con quienes a diario se tropieza; por mantener, pese a cualquier adversidad, el equilibrio imprescindible para continuar adelante, para crecer y crear; ofrecer su existencia a los otros en un contexto libre de presiones y momentos angustiosos que le impidan darse con total felicidad, única manera de hacer felices a los otros.

En su reclamo dejaba al descubierto que ciertos procederes la desmotivaban, que le molestaba la despreocupación de algunos respecto a los problemas comunes, esos que atañen a todos y que muchos obvian. Usaba la socorrida palabra en mayúsculas, como para que nadie dudara de cuán necesitada estaba de ella, de lo trascendente que puede ser para los humanos ese sentimiento de bienestar que puede quebrarse hasta con el sonido de una voz.

Pensé que exageraba, no lo niego, acostumbrados como estamos a asociar la paz a la guerra, esa que suele afectarnos nada más de escuchar sus tambores, aunque sepamos que el horror será lejos, geográficamente, de nosotros.

Claramente, la lucha por la tranquilidad empieza dentro de nosotros, cuando nos damos cuenta de que somos molestados, o no soportamos el maltrato de quienes están para servirnos, cuando vemos las chapucerías; el abandono, la desidia, que se enseñorean, los deseos de poder que algunos no pueden ocultar y que muestran su pata peluda hasta en nuestros barrios.

Por estos días, en que en un lugar de nuestro mundo se ven fracturados los intentos de paz, muchos creen tener la solución para que los misiles no impacten contra gente inocente y nadie termine dando riendas sueltas a algún arma mortífera que en minutos termine con todo lo creado.

No intervenir en los asuntos de otros, no provocar, no desear lo que esté fuera de tus dominios; sentarse a conversar, es visto hoy como una urgencia para que el conflicto se detenga; y lo comentan, como si fueran politólogos, hasta los adolescentes.

Mientras hay cerca de nosotros, a nuestro lado, quienes todavía no aceptan la diferencia de los otros, o se niegan a comportarse como lo exigen las leyes de los códigos y del corazón, gente que no entiende que muchos de sus actos afectan a los otros, que no sabe que hasta una frase mal dicha puede arruinarnos la jornada.

Gente hay por montones en todos los confines haciendo campañas contra las vacunas, no contra un candidato en específico, contra la decisión misma de vacunarse y así poder frenar a la pandemia.

Uno opina y otro le refuta, no importa donde sea, las ofensas llueven, la falta de cordura, la imposición de los criterios. Hablan de paz y no se tratan pacíficamente; piden oraciones para detener la guerra, reclaman desde lejos que cesen los conflictos, pero libran otra guerra contra alguien que exprese un punto diferente.

Anhelar la paz es un derecho legítimo de todos, despreciar la guerra una necesidad de nuestra especie; nadie puede interferir en ese deseo, en cada intento por hacerla realidad, y el camino comienza despojándonos del impulso insano de molestar a quienes tenemos cerca, del descuido, la dejadez; y quién puede negar que por eso asistimos a diario a muchas otras guerras.


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