Cosas de abuelos

Cuando vi a aquella muchachita caminar hacia mí, no imaginé que era una de mis lectoras, la más pequeña de cuantas he conocido. Me llamó por mi nombre con una familiaridad que me enterneció y me dijo sin ambages que le dedicara una Botella.

Luciana está siendo criada por sus abuelos, a los que ama con locura. Su abuela sabe que ella tiene una especial admiración por su abuelito, pero eso a ella la llena de orgullo.

En pocos minutos, gracias a la elocuencia de la niña, que habla con los ojos, las manos y todo su cuerpo, supe de las mil travesuras que ambos hacen, de todos los cuentos y juegos que se inventan, y de cómo su abuelo es capaz de secundarla en todo, aun cuando su energía es, a veces, difícil de seguir.

“Los abuelos son seres mágicos”, me dijo, con extrema dulzura. “Cuando la vida te quita algo, si te quedan los abuelos estás bendecida”, agregó, lapidaria.

Quería Lucy que escribiera en estas páginas de todo lo que son capaces esos seres, y sentí que me desafiaba como pocos han hecho porque, qué puedo yo agregar a las certezas de una niña que vive y disfruta a diario la suerte de tenerlos.

Pero hoy encontré esta hermosa historia, y lo primero que vino a mi mente fue la cara de la niña mientras, entusiasmada, me hablaba de su papi Gerardo; por eso se la ofrezco aquí, como le prometí, porque este abuelo es muy parecido al de ella y a la inmensa mayoría de los que he conocido. Un regalo para todos los abuelos y sus amantes nietos.

Mi copiloto

Anoche, mi nieta de 9 años, Joselyn, vino a mí con una petición muy importante.

—Abuelo —me dijo con toda seriedad—, ¿puedes cuidar a Abbie por mí mañana?

—¿Quién es Abbie? —pregunté, fingiendo no saberlo. Me dio esa mirada que solo una niña muy seria puede dar.

—Mi bebé —respondió con paciencia—. Mañana voy a viajar en el camión con la abuela, pero Abbie es demasiado pequeña para el tráiler. Así que… tú la llevas, ¿verdad?

¿Cómo podía decirle que no?

Esta mañana, antes de que saliera, Joselyn se aseguró de que Abbie estuviera bien abrochada en el asiento del copiloto.

—No olvides darle de comer a la hora del almuerzo —me recordó, entregándome un biberón de plástico y una mantita rosa.

Y así partimos: el abuelo y Abbie, rumbo a la carretera abierta.

No quería que Joselyn pensara que había dejado a su muñeca tirada en el camarote, así que decidí hacerlo divertido. Cada pocas horas, le enviaba fotos de la gran aventura de Abbie: revisando las llantas, mirando la carretera desde el tablero, incluso “ayudándome” a cargar combustible.

Joselyn me respondía con sus propias instrucciones:

—No la dejes dormir demasiado.

—Asegúrate de que use el cinturón de seguridad.

—Le gusta la música country, no la ruidosa.

En algún punto entre Kansas City y Wichita, me descubrí riendo solo, de verdad riendo, al pensar en la alegría que esta pequeña travesura había traído a mi día.

En una parada de camiones, otro conductor me vio abrochando el cinturón de Abbie. Sonrió y me dijo: “Mi nieta me hace hacer lo mismo”. Luego me mostró fotos de sus propios compañeros de viaje: una familia de ositos de peluche que iban con él hasta Denver. Nos quedamos allí un rato, intercambiando historias como dos abuelos orgullosos mostrando fotos de sus nietos.

Al final del día, me di cuenta de algo: Joselyn no solo me había confiado su muñeca, me había recordado que la imaginación todavía tiene un lugar en este mundo de adultos. Que un poco de ternura y juego pueden hacer que incluso el camino más largo se sienta más ligero.

Cuando llegamos a casa y Joselyn me preguntó entusiasmada: “¿Abuelo, se portó bien Abbie?”, le respondí con una sonrisa:

—Es tu niña la mejor copiloto que he tenido en mi vida.


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar