Cuidarnos unos a otros

Hace muchos años, una estudiante muy curiosa le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era la primera señal de civilización en una cultura.

Quizás la joven esperaba una respuesta típica: anzuelos para pescar, ollas de barro o piedras de moler grano. Pero Mead la sorprendió. Dijo que la primera muestra de civilización en las culturas antiguas era un fémur roto y luego sanado.

Ante el asombro de la joven, explicó que, en el mundo animal, si un ser vivo se rompe una pierna, está condenado: no puede escapar del peligro, ni buscar agua o alimento, y pronto se convierte en presa.

Ningún animal sobrevive lo suficiente con una pierna fracturada como para que el hueso llegue a soldarse. En cambio —continuó con certeza—, un fémur roto y curado significa que alguien se quedó para cuidar al herido, lo llevó a un lugar seguro, lo alimentó y lo ayudó a sobrevivir.

“Ayudar a otro ser humano en su momento de necesidad, es el verdadero inicio de la civilización. Porque los seres humanos somos más fuertes precisamente cuando somos capaces de cuidarnos unos a otros”, concluyó.

Y quizás, pensémoslo así, eso sigue siendo cierto en nuestro tiempo: la verdadera evolución no está en la tecnología ni en los avances materiales, sino en la capacidad de compasión y solidaridad que nos mantiene humanos.

Poca cosa somos los humanos en medio de los grandes descubrimientos y avances de todo tipo, sin la mirada atenta de otros humanos, sin el deseo permanente de protegernos y guiarnos unos a otros; del ofrecimiento sincero a tiempo y todo el tiempo, sin esa misericordia que nace de lo más profundo y nos guía a hacer lo impensable por otros seres que sufren.

Sostener, acompañar y ayudar a los otros debiera venir grabado en nuestro ADN, porque de esa contención nace la posibilidad de que todos seamos más capaces, más fuertes, más entrenados y dispuestos a enfrentarlo todo y crecer desde adentro.

Así siempre habría más personas felices, complacidas con la vida y sus realidades, más seres generosos porque fueron alcanzados por la generosidad de otros, más espacios libres de lamentos constantes, de desaliento y agonía.

Cuidarnos unos a otros nos sitúa en una escala superior en nuestro bregar por la vida; no es la fortuna lo que nos hace elevados, es la disposición de darnos a los otros, son esos movimientos del alma que nos nacen gracias a los llamados del amor más puro.

Ser civilizados, ya lo dijo, categórica, la eminente antropóloga, no habla de lo mucho que los humanos logren construir hacia afuera; habla, esencialmente, del valor que le otorguemos a nuestra propia especie y que veamos en cada humano lo más importante y a salvar en todos nuestros entornos.

En momentos tan difíciles para Cuba, esta apreciación de la científica debía ser la carta de presentación de cada hijo de esta tierra, porque mirar al lado y descubrir a quienes nos necesitan puede hacer grandes diferencias.

Siempre que sea ayudado alguien en medio de su calamidad, nuestra especie crece; siempre que comprendemos que el problema de los otros, después puede ser nuestro también, ganamos la lucha contra el egoísmo.

Mirar atentos al anciano que sufre, al niño que está cerca de nosotros, a la madre que necesita una mano amiga, generosa, a los padres también exhaustos, a jóvenes que aún no definen su futuro, nos llevará a hacer hasta lo imposible por tender la mano, por atraer a otros a que sientan también la necesidad de ayudar, y garantizar que todos a nuestro lado se sientan más seguros.

No es esta una idea romántica guiada por una sensibilidad exacerbada, es ciencia verdadera: los humanos nacimos diseñados para estar unidos y eso implica preocuparnos por los otros; no tienen sentido los grandes avances científicos, tecnológicos, industriales, mientras la inmensa mayoría del planeta sufre grandes quebrantos cada día.

Y para ayudar a acortar esas brechas, que siempre parecen insalvables, puede comenzarse ayudando al que tenemos más próximo, al que menos tiene, al que más sufre, a aquel que, en medio de circunstancias agobiantes, no se cansa de intentarlo todo, a cada persona que podamos sacar del caos cotidiano, y mostrarle que la bondad puede romper cualquier barrera que se imponga sobre la plenitud de los seres humanos.


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