La oruga

El hijo de Regina tiene seis años, y de alguien de esa edad casi nunca se puede aprender algo en esta vida, pensaba ella hasta el día en que el muchachito se apareció con aquel gusano.

Era una oruga gorda y con sus rosquitas bien definidas, parecía como de terciopelo y daban ganas de tocarla suave con la yema de los dedos, pero cómo hacerlo si Marcos solo permitía que la miraran. La tenía en la palma de la mano, mientras buscaba en las plantas del patio el mejor sitio donde ponerla.

Quería una matica buena, de hojas bien verdes y nuevecitas, que no fueran a caerle mal, porque las orugas son muy frágiles, imagínate, si guardan adentro una mariposa.

Y esta ya había sufrido mucho, la encontró en la carretera, lejos de la sombra y de las hojas, y ese no era lugar para vivir un gusano tan lindo y delicado.

Hablaba y hablaba buscándole la mejor casita. Seguro de que de ella saldría una mariposa negra, de las grandes, de esas que la gente les decía brujas, pero que él no les temía, son tan lindas. No tenía dudas, sería de esas porque la oruga era grande y negra, y los pelitos dorados que poseía eran iguales al polvito que esas mariposas muestran en las alas.

El tío le aconsejó que la soltara pronto, porque quizás le hacía más daño que bien; y que no se ilusionara, para nada resulta fácil cuidar una oruga y mucho menos ver nacer a una mariposa. Además, de todas las orugas no salían, quién decía que ese gusano gordo y negro era una crisálida que después de una metamorfosis terminaría con alas bellas, de colores.

La matica de hojas verdes apareció y era linda, estaba en un lugar fresco del patio, a la sombra de otras plantas. La puso con cuidado en una hoja y fue a buscar azúcar porque seguro que a las orugas les gustan los granos chiquiticos de azúcar blanca.

Regina lo secundó, porque a su niño se le ocurren cada cosas, mas solo por eso, el pobre gusano se podía nombrar dichoso si sobrevivía al entusiasmo y el alboroto del chiquillo.

El día completo se lo pasó revisando la hoja, preocupado en si se caía, si el azúcar era mucha o poca y en cómo ponerle agua. En forma de pequeñas gotas era mejor, como el rocío de la noche, así ella pensaba que había caído del cielo y la bebía más confiada.

Y comenzó a oscurecer. Ya a esa hora no se puede seguir molestando, era mejor dejarla tranquila porque las orugas se duermen temprano para poder crecer, y esa había comido tanto que tal vez estaba rendida.

Marcos se entretuvo en otras cosas: el baño, la comida, dibujos, una pelota, unos muñes, el globo rojo; y a dormir, porque le esperaba un día duro, tenía que cuidar a su gusano.

La madre salió a recoger unas ropas del cordel y pasó por la matica de la oruga, no pudo abstenerse y buscó para verla, pero no la encontró. Miró muchas hojas, los tallos, y todo el suelo; pensó que seguramente algún camaleón se la había comido o un pajarito, no había podido caminar tanto hacia otra mata. Se preocupó y sintió pena de su niño, cuando amaneciera y no la encontrara, pero tal vez amanecía pensando en otra cosa y ni de ella se acordaba. Mas no fue así.

Marcos se levantó directo para el patio en busca de su oruga, le llevaba azúcar y agua. Ella no le dijo nada. Esperó. Escuchó al niño llamándola y salió a la terraza, ya había descubierto que no estaba, seguro emprendería una búsqueda de esas que no terminan nunca o una perreta, pensó mientras se acercaba a la matica.

—¡Mamá, nació mi mariposa! —le dijo entusiasmado.

—Sí, ¿y dónde está? —le respondió buscando entre las hojas.

—Ah, no, mamá; desde que nació anoche, salió volando.


Comentarios  
# Alejandro Chang Hernández 20-08-2019 08:59
Qué lindo. A veces hace falta recordar por qué los niños son la esperanza del mundo. Hoy tú lo has hecho con esas palabras. Gracias
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