Aquella fue una noticia de las que no deseo leer en las páginas de este periódico. Salió en primera plana, y casualmente, compartía espacio con una crónica que escribí muy ilusionada, mas siempre me abstuve de leerla allí impresa, al lado de ella.
Era una de las tristes, de las que anuncian grandes e irreparables pérdidas; de esas que no quieres creer, porque te dicen que alguien conocido, entrañable, y que piensas que debía ser eterno, a alguna hora de un día, dejaba de vivir... y eso es para siempre.
Al interior de mi periódico la tristeza era mucha, porque nadie quería quedarse sin Migdalia. Ninguno de sus muchachitos y muchachitas quería aceptar no tenerla más en el salón y los pasillos, en la Redacción o el comedor; cuidándolos, aleccionando; y en su aprendizaje constante, porque nunca negó que de todos aprendía algo elevado y bello.
Siempre quise entrevistar a mi directora-amiga, contar de su vida dedicada al periódico que muy joven la recibió para hacer de ella una líder, llena de fuerza y bondad, de simpatía y optimismo. Alguien que huía de las poses y la alharaca; de los aplausos y las cámaras.
Se lo pedía cuando volvíamos a ser vanguardias nacionales, cuando muchos periodistas ganaban premios durante el año, también cuando entró Invasor con el pie derecho en las redes sociales, sin recursos y aprendiendo paso a paso.
Pero ella era tímida, medida; y entonces prefería que otros fueran los protagonistas en las páginas que circulaban (y que antes habían pasado letra por letra ante sus ojos). Mientras, quedaba callada, tranquila.
De ella aprendí que no existe noticia pequeña, que de lo aparentemente simple puede surgir una gran historia; que en las calles se libra la batalla que después va al papel, si estamos prestos, atentos, si tenemos la sensibilidad despierta, a flor de piel.
Cómo no aprender de alguien que te aseguraba que estaría a tu lado en cualquier circunstancia, siempre que escribieras con respeto y apego a la verdad. Para ella no existía tema vedado, se debía hablar de todo, polemizar, encender alarmas, enseñar y guiar; avivar lámparas.
Nunca decía no a nada ni a nadie, nunca mató una idea, escuchaba atenta cada propuesta por frágil o ambiciosa que fuera, para después pedir que trabajaran duro en ella, investigaran, pidieran ayuda a otros y solo, cuando estuvieran satisfechos, volvieran a ella.
Mi directora exigía sin intransigencias baratas, ni ofensas; regañaba de un modo tan auténtico que te dejaba sin palabras. Era de quienes logran apretar con una mano mientras con la otra acarician. Migdalia siempre decía que el periodista es un soldado y que todo se conquista trabajando y fundando.
Aquella triste noticia, que no debió sorprendernos tan temprano, cuando sabíamos que esa mujer tenía mucho que ofrecernos, decía que Migdalia Utrera Peña había muerto el viernes 6 de septiembre de 2013; pero ni en una sola de sus líneas anunciaba que su obra había terminado, que un día alguno de los que la conocimos y amamos podríamos olvidarla, ni que su suave presencia pudiera irse ni un instante de nuestro periódico, ese sitio al que dedicó los años más fecundos de su vida, donde sigue inspirando y haciendo. Y eso me consuela.