El niño creció arropado por su madre. No eran fortuitas las muestras de cariño, el desvelo, el canto, la caricia y el arrullo. Cada intento antes de que aprendiera a caminar, las primeras palabras, el beso lanzado al vecino, la mano alzada para decir adiós.
Nunca ella sintió que no tenía paciencia, que derramara el agua o la comida eran el fin del mundo; que cambiar los pañales y las sábanas una y otra vez, era un castigo. No se desesperó porque al poner la espalda en la cama escuchara el llanto o la risa; o el mamá tengo miedo, o sed, o no tengo sueño. Porque un cuento siempre alivia.
A la hora del baño, un juego, uno, dos, tres, cuatro, cinco, como los deditos de esta mano. Azul como la jabonera; blanco como la espuma; verde como la bañadera. La de comer igual; mira qué bigote te ha dejado el puré; una cucharada más para que crezcas fuerte como el árbol del parque que ya tiene 100 años. Mucha agua para que después hagas mucho pipí.
Esa letra qué linda, pero está aún redonda, intenta un poco más. Cariño, con c, ca-ri-ño; la t es para ternura; ter-nu-ra. ¿Ese número dos es un pato o un ganso? ¿Y ese seis qué parece?
Los pedales para adelante, mira al frente, yo te aguanto. Te caíste, no importa, mira al frente, pedalea. Por amor claro que se llora, por qué no, también se espera; se canta, se es feliz.
No te pongas celoso, mi hijo, tus niños son mis niños; los quiero como a ti. ¡Deja que seas abuelo!
Mira mamá, es Susana, te está diciendo adiós. Está bonito el día. No, es jueves día 10 de enero, todavía faltan tres meses. Sí, tres meses.
¿Recuerdas cuántos dedos tiene esta mano tuya? Uno, dos, tres, cuatro, cinco. ¿Y el color de la espuma? Mira ese bigote que te ha hecho el yogur. ¿Quieres verte? Come un poco más de papa, para que llegues a 100 años, como el árbol del parque.
Despacio, no te apures; pon la mano en mi brazo, un paso más, otro, otro... ¡llegamos! El ratón otra vez, haciendo de las suyas, viene a mojar tus sábanas.
No tienes sueño hoy tampoco. No importa, la noche está fresca, me acurruco contigo. “Ya la noche se está haciendo vieja, y allá en el patio duerme una flor...” Y la historia se repite en madres que arropan a sus hijos; y en hijos que arropan a sus madres, como un día, también, lo harán o lo hicieron con sus críos. Y aunque el alma se les quiebre cuando esta les diga: “Mira que hace días que mi hijo no viene por aquí.”