Santas palabras

Imposible olvidar cómo hablaba Sancho Panza, ese ser sin el cual el caballero andante no hubiera sido el mismo. Tenían un modo diferente de decir, así eran sus pensamientos y sabidurías. Sin embargo, al final de la obra, cuando ya lúcido el hidalgo se despedía del amigo (que le suplicaba que no muriera para ir a buscar a su amada Dulcinea), este le habló de un modo sorprendente: con un refrán.

Así como Cervantes nos mostró que el Quijote terminó siendo un poco como Sancho y él, también, como el amigo. El escudero, hombre de pocas luces, hablaba ensartando un refrán con otro. Visto como ausencia de cultura, aunque la sabiduría que contiene sea tanta, le valió al autor para distinguir la ascendencia del personaje.

El refranero popular de cualquier región sobrevive con sus luces y sus sombras, y aunque no seamos dados a usarlo, además de no negar su riqueza, su brillo y la grandeza de quienes los rescatan del tiempo y el olvido, tampoco nos resistimos a veces de asirnos a uno para expresar de un modo tajante aquello que nos ronda.

Conozco el refranero de mi tierra, me gusta jugar a unir el inicio de uno con el resto de otro, me encanta leerlos llevados a una lengua depurada y culta. Pero uno en especial no me gusta nada.

Jamás quisiera escuchar "A río revuelto, ganancia de pescadores", y amén de que me esfuerce por imaginar la abundancia en un morral repleto de peces, solo veo el vacío, porque el refrán nos habla de otra cosa, que lastima, un mal que no quiero para mí ni para mi gente.

Desprecio las ventajas que los desvergonzados sacan de los malos momentos, de las duras circunstancias, de la adversidad y hasta del quebranto de algunos. No puedo justificar que alguien, olvidado de los otros, se beneficie haciéndoles difícil el día a día.

Las carencias, la asfixia económica, nos sitúan a veces en la línea divisoria entre bondad y maldad. Somos nosotros los que tenemos que mirarnos adentro y decidir si debemos pasarla. Que aunque imaginaria es tan poderosa que puede borrarse para que no se encuentre el camino de regreso. Y porque algunos sucumben (más de los que imaginamos y merecemos) es que, los que nos resistimos a cruzar la línea, padecemos.

No obtenemos el producto que necesitamos, no compramos aquello que hasta ayer costaba tres o cuatro veces menos. Intentamos acomodarnos, amoldarnos al nuevo paisaje, mientras continuamos trabajando y haciendo; estirando lo que tenemos, llevando la austeridad a la máxima expresión, a la vez que la cartera languidece después de muchos 'tin, marín de dos pingüés' entre lo que obtenemos y lo que nos vemos obligados a desechar.

“Ayudados” por personajes sin escrúpulos, por fisuras en el control, por falta de sensibilidad y compromiso, estos seres emergen, se establecen y consiguen burlar el cerco que se les pone; muy a pesar del reclamo de que desaparezcan de la vida de los otros.

Conozco el refranero de mi tierra, valoro su riqueza y sabiduría, tan grande, que le ha permitido seguir entre nosotros; mas sueño con el día en que nadie tenga que asirse a este refrán, porque hayamos tenido la fuerza suficiente, el empuje para eliminar a los “pescadores” que se empeñan en empeorar nuestra existencia.


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