Cuentan que una mujer maya, cansada de la rutina del campo y de tanto trabajo duro, decidió vender su casita.
Como sabía que su vecino era un destacado poeta, decidió pedirle el favor de que le hiciera el aviso de venta.
El aviso decía:
“Vendo un pedacito de cielo, adornado con bellos árboles frutales y de maderas finas, donde todos los días las aves ofrecen conciertos con sus mejores cantos; y un cristalino cenote con el agua más pura que jamás hayan visto”.
El poeta tuvo que marcharse, pero a su regreso decidió visitar a sus nuevos vecinos, pensando que la vecina del aviso se había mudado.
Fue grande su sorpresa al ver a la mujer maya trabajando en su tierra.
El poeta preguntó:
—¡Amiga! ¿No se iba de aquí?
La mujer, con una gran sonrisa, le respondió:
—No, mi querido vecino, después de leer su aviso, comprendí que era dueña del lugar más maravilloso de la Tierra. No existe otro mejor.
Y así sucede muchas veces, más de las que reconocemos. Lo hermoso de aquello que tenemos, lo grande y genuino de cuanto abrazamos y retenemos pasa por delante de nuestros ojos cada día sin ofrecerle una mirada cariñosa, desdeñando el bien que nos ofrece, la felicidad que nos trae, la compañía que representa en nuestra existencia, el alivio que puede ser.
Llegamos a pensar que algo nos falta, nos invade el desaliento, un vacío insalvable nos cunde. Miramos a nuestro alrededor y todo cuanto vemos nos puede parecer mejor. Todo más bello, la vida que corre fuera más sosegada, las familias ajenas más felices, el trabajo del otro mejor pagado, reconocido. Lo nuestro siempre es lo peor.
Y no basta con que seas realmente amado, reconocido, protegido con todos tus derechos, con todas las bondades que quizás no encontrarías nunca en otro sitio, en otro grupo, en otro hogar.
No es suficiente con que cada mañana amanezcas con tu salud restituida, tus amados dispuestos a dar, los otros listos para seguir ofreciéndote lo mejor que tienen. Tu trabajo esperando, tu casa llena de luz. No es suficiente nunca, no pasa el quebranto, no se aligera la carga; los sonidos solo son ruidos, los colores de la tierra, manchas.
Lo tienes todo, mas el vacío es grande. Porque te faltan miradas del corazón, que lo retenga con tal fuerza que nada pueda sacarlo de muy adentro, miradas que nadie puede hacer por ti.
¿Quién puede escuchar mejor las voces conocidas? ¿Quién disfrutar el beso que recibes? ¿Quién el calor del regazo que te abraza?
¿Qué mirada mejor que la tuya para admirar el pequeño brote? ¿Qué piel para sentir las aguas de tu río, los rayos de tu sol? ¿Quién respirará por ti el olor de la tierra mojada por la lluvia? ¿Qué poeta es aquel que podrá describir cómo tú, el diseño magnífico de tus días, la divina estela que deja tu existencia?