Que este año sea

Cuando en el último segundo del año 2020 yo lanzaba todos mis deseos al universo, tenía la certeza de que se harían realidad, porque si no para qué uno pide, para qué clama y reclama por aquello que anhela para un año que puede parecer corto, o muy largo, aunque siempre vengan con 365 días o con un día de más.

Ya pensaba que el 2020 había sido horrendo y muchas veces pensé en no pedir nada, pero siempre temo adormecer la esperanza; y mientras muchos pedían un minuto de silencio, yo terminé pidiendo uno de algarabía, porque sí, porque no valía la pena perpetuar la desgracia, el miedo, porque, como siempre digo, pedir a la vida es bueno y el universo espera.

Y comenzó el año y fue siendo como este mismo, como en el fondo todos sabemos que es, porque un segundo, tan breve, en el que cambia el cuarto dígito, no marca diferencia alguna y pasan días y semanas y todo puede ser igual al anterior. Y así fue para muchos cada uno de los primeros meses, hubo alegría, algunos días de escuela, un poco más de puertas afueras, porque a pesar de estar lidiando con el mal, era todavía un mal que podía domeñarse, en el que estaban enfocados miles de cubanos eminentes, que sería eliminado, al que algunos no temían lo suficiente y hasta coqueteaban con él.

Pero empezó el mal sueño. Los días de terror y dolor, aquello que califico de verdadero espanto, porque abrir los ojos y ver que estaba viva era solo el primer motivo para agradecer, pero el inicio de otras 24 horas donde cada segundo se eternizaba sazonado por la zozobra, el sobresalto, porque el mal tocó la casa de mis hermanos, mis tíos y primos; porque un amigo del alma no resistió, y ese dolor lo recibí junto con mis primeros síntomas, que me sumieron en un letargo, en un día eterno en el que, a veces, aferrarme a la vida no alcanzaba; y mi primo nos dijo adiós, y solo la fe me salvaba de la locura, a la vez que me hacía cuestionar. Días que terminaron y seguí respirando, y mi otro amado amigo no resistió y el dolor ya no tenía fondo.

Y amanecía cada día, rodeada de los que estaban, con mensajes llegados de todas partes donde sobraba el aliento perdido, las manos extendidas, las palabras como regazos, los corazones dispuestos a levantar mis fuerzas de seres que han sufrido tanto como yo y mi familia.

Y estamos vivos, y a diario me pregunto cómo fue posible, y eso nos obliga a seguir aquí y ahora intentando todo, aprovechando el milagro recibido, dando y dándonos. Y pedí en el último minuto del año maldito, pedí porque pedir es bueno, y el universo espera. Y cuando quise decirles lo que quiero desearme y desearles, un amigo me envió este texto de Mirta Medici, psicóloga argentina, que ahora les ofrezco, como si fuera mío.

“No te deseo un año maravilloso donde todo sea bueno. Ese es un pensamiento mágico, infantil, utópico.

“Te deseo que te animes a mirarte, y que te ames como eres.

“Que tengas el suficiente amor propio para pelear muchas batallas, y la humildad para saber que hay batallas imposibles de ganar por las que no vale la pena luchar.

“Te deseo que puedas aceptar que hay realidades que son inmodificables, y que hay otras, que si corres del lugar de la queja, podrás cambiar.

“Que no te permitas los ‘no puedo’ y que reconozcas los ‘no quiero’.

“Te deseo que escuches tu verdad, y que la digas, con plena conciencia de que es solo tu verdad, no la del otro.

“Que te expongas a lo que temes, porque es la única manera de vencer el miedo.

“Que aprendas a tolerar las ‘manchas negras’ del otro, porque también tienes las tuyas, y eso anula la posibilidad de reclamo.

“Que no te condenes por equivocarte; no eres todopoderoso.

“Que crezcas, hasta donde y cuando quieras.

“No te deseo que el 2022 te traiga felicidad.

“Te deseo que logres ser feliz, sea cual sea la realidad que te toque vivir.

“Que la felicidad sea el camino, no la meta…”.


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