Vuelve

Una y otra vez, porque nació en Cuba y en este continente, un día que pudo ser cualquiera y que, de algún modo, lo es, pues, aunque en estas fechas nos resulta imposible no nombrarlo, nació para estar siempre, a pesar de que no todos le pregunten cada día qué hacer, adónde posar la mirada, de dónde quitar el lunar que afea, dónde encender la lámpara que ciega a algunos e ilumina a otros.

Y sería bueno, porque viviendo para todos como lo hizo, tiene que estar en cada uno, a tiempo y todo el tiempo porque las fuerzas menguan, la belleza se esconde, el bien se torna escurridizo y la luz aprovecha y se escapa.

Vivir asidos de él no es tan difícil aun cuando muchas veces tornamos demasiado ceremonioso aquello de tenerlo. Y no debía ser más difícil que como se tiene a cualquier padre o hermano mayor, un abuelo de esos que ve en sus niños un tesoro, que los invita a ser buenos, inteligentes y hermosos; a huir de la vanidad del mundo, de la avaricia, a dar y darse en cada gesto, en una palabra, de consuelo, en un lápiz, una libreta o unas crayolas como si fueran sables de sol o zapatos de rosa.

Es el Maestro y podemos temer acercarnos porque no lo entendamos, porque no seamos suficientemente dignos, pero puede ser cualquiera de nuestros maestros, uno de esos que pasa callado ante la gente vanidosa ya que su alma es su única seda, todos aquellos sin más fortuna que la guía precisa, el hablar claro y encendido, el que acaricia con su voz y enseña a puro latido de corazón ardiente.

Cada madre de esas que, sintiendo que sus hijos son príncipes y princesas, solo desea que sean útiles, y crezcan buscando en qué servir, y que cada día amanezca intentándolo todo en medio de las penas, carencias o quebrantos.

Es fácil retenerlo, encontrarlo en aquellos que viven para Cuba y no de ella, ni de los que decidieron vivir para ella; está en los que no soportan los desmanes de algunos, en el desprecio a los trepadores, a los oportunistas, de los que no pueden poner la Bandera en el altar más alto de la Patria, allí donde, como a él, jamás nadie podrá tocarla.

Hay que encontrarlo lejos de las frases sueltas, salidas de contexto, fuera de las circunstancias que las hizo nacer; aunque les sirvan a unos y otros para nombrarlo a medias, para justificar acomodos insanos, la desidia, la dejadez; o para levantar banderas de odios, el descontento o dividir.

Está en todos los puentes, en todas las certezas que nos guíen hacia el bien supremo; descubriendo bribones, recordando que no se nace cubanos porque sí, sino porque venimos de una madre que solo se salvará por el amor y el trabajo de sus hijos.

Martí vuelve, una y otra vez, por que nació aquí, un día que es todos los días, nos habla desde adentro de cada cubano bueno y permanece encima del yugo que no quiso arrastrar; con la más cegadora de las respuestas: no existe otro camino para Cuba que la estrella que ilumina y mata.


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