Pobres hombres
Me dijo así aquel anciano cuando conseguimos separarnos del grupo de muchachos que, animosos, reían sin parar. Pude ver en sus ojos la pena que sentía por los chicos, seguramente la que arrastraba por él mismo.
Me dijo así aquel anciano cuando conseguimos separarnos del grupo de muchachos que, animosos, reían sin parar. Pude ver en sus ojos la pena que sentía por los chicos, seguramente la que arrastraba por él mismo.
El niño creció arropado por su madre. No eran fortuitas las muestras de cariño, el desvelo, el canto, la caricia y el arrullo.
Imposible olvidar cómo hablaba Sancho Panza, ese ser sin el cual el caballero andante no hubiera sido el mismo. Tenían un modo diferente de decir, así eran sus pensamientos y sabidurías.
Más de un año ha pasado desde el día que aquel ómnibus perdió su rumbo y fue noticia aquí en Ciego de Ávila. Fue dolor, preocupación, desvelo. No era de aquí, iba de paso. Era de Sancti Espíritus, pero cuál puede ser la diferencia.
A algunos de mis seres amados les ha fallado el corazón. Les ha fallado literalmente. No hablo de aquellos que teniéndolo intacto han tendido un muro infranqueable entre ellos y yo, un vacío.
Los humanos miraron el río y supieron que siguiendo sus márgenes llegarían a algún lugar donde habría tierras y comida, y quizás, mejor abrigo.
Lanzo al mar inmenso de estas páginas esas notas de Amanda como un ofrecimiento, porque es bueno saber el valor que tienen nuestros viejos y que vivir en las musarañas es algo también bueno.
No quiero recordar el día en que perdí la romántica idea que tenía del fuego. El joven Prometeo robándolo a los dioses para ayudar al hombre, y pagando su pena; o los hombres conquistándolo en una edad lejana.
No olvido la primera vez que corrí decidida a donar mi sangre. Fui con un grupo a socorrer a mi amigo Rafael, quien después de un accidente debió someterse a una cirugía a la que no sobrevivió.
Las matas de mango de mi patio han soportado muchos ciclones. Ni las podas, la fuerza atroz del viento u otras inclemencias han evitado que sigan majestuosas y sobresalgan por encima del techo de la casa.
Hacía varias noches que, después de dejarse ver por los asustados vecinos, aquel hombre, vestido como el Plateado de las aventuras de turno, salía como un bólido y se perdía en el cañaveral.
Y la normalidad puede ser tan pasajera como que hoy no existe nada adverso y mañana resulta lo contrario.