Un minuto de algarabía

Me duelen los minutos de silencio porque casi siempre suceden después de las desgracias, las pérdidas que no pueden repararse, la calamidad que toca a una puerta o a todas. Me duele ese instante de recogimiento porque parece infinito y el recuento en la mente se detiene.

Eso sabe hacer el tiempo, vuela cuando somos felices, cuando la fiesta anuncia la alegría que late; se escapa como agua entre los dedos, nos invita a mirar el reloj una y otra vez. Sin embargo, no avanza cuando aparecen el miedo, la enfermedad, el llanto.

Yo prefiero un solo minuto de alegría, al menos, donde el recuento puede también eternizarse y ser la diferencia, esa que esperamos cuando el reloj anuncia que se agota el año.

Y parece que todo cambiará tan sólo en ese paso, que llegaremos enteros, renovados, como recién hechos, al año nuevo; y que cada día será, con certeza, un regalo.

Sabemos que es apenas una fracción de tiempo, por eso apuramos el pedido para no olvidarnos de algo, porque necesitamos de muchos poquitos para llenar un año, largo como puede tornarse según las circunstancias. Porque conformando la lista de peticiones preparamos las fuerzas, el espíritu, porque un minuto para solicitar es muy poco, y muchos los necesarios para intentarlo todo.

No obstante, algunos ya arreglan su minuto de silencio, porque ha sido terrible el tiempo transcurrido, porque la vida se detuvo detrás de las rendijas, las puertas, los balcones; porque muchos no pudieron quedarse y para ellos no habrá más alegrías, más tiempo entre nosotros.

¿Y si no existen minutos de silencio que llenen el vacío? ¿Si un minuto no alcanza para sacar el miedo, la pena, el desconcierto? ¿Si arrastramos con todo, si no podemos desprendernos de tanto y, por una fracción de tiempo, condenamos al año que llega?

Por eso yo preparo la lista de tantas peticiones para ese minuto, porque pedir es bueno y el universo espera. Porque ya fueron muchos los minutos perdidos, ocupados por la pena, el tiempo detenido. Porque siempre puede haber una lluvia de estrellas o un eclipse, porque las nubes negras a veces no pueden ocultar un arcoíris.

Porque no es bueno para nadie perpetuar las desgracias, repetir un esquema que a todos entristece; porque un minuto cuenta y muchas veces hace la diferencia.

Me duelen los minutos de silencio porque son todo lo contrario a un minuto de aplausos, porque las despedidas no tienen que ser tristes, porque un año que muere anuncia a otro que comienza. Y porque si el recogimiento dura mucho, si eternizamos el recuento que daña, si olvidamos que un minuto apenas es un chasquido, comenzamos robando tiempo a la alegría del año que se estrena; y eso tampoco es justo.


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