No creo en la reencarnación, en el supuesto de que venimos de otras vidas. Sin embargo, me gusta la idea, quizás porque lo breve que parece nuestra única vida nos deja muchos pendientes, ideas inconclusas, proyectos que no pudieron ser, heridas que no sanaron y hasta frases que nunca dijimos.
También porque tengo amigos que, desde el primer encuentro, sentí que ya los conocía. Un amor que no fue, aunque queríamos e intentamos hasta que desistimos y lo dejamos en manos de un destino, en el que tampoco creo a pie juntillas, o para otra vida que ojalá fuera verdad y fuéramos los mismos.
Porque perdí a mi padre y sentí un dolor antiguo, como si lo hubiera perdido muchas veces; y, ante la certeza de que no lo tendría más, quise pensar que volveremos a juntarnos, aunque yo sea un árbol y él el aire que me mueve, el sol que me caliente o el ave que anide entre mis ramas.
Porque la vida es bella, a pesar de todo, pero las cosas que no pudimos cambiar, los “te quiero” que no dijimos, las manos que no sostuvimos lo suficiente, las cosas nada bellas de esta vida, sería bueno remediarlas en otras.
Porque cuando deje a mis hijos quiero volver a tenerlos y que me tengan; y si no puedo ser su madre entonces pudiera ser su maestra, la abuela que consiente, la tía predilecta, la vecina que nunca les ponche su pelota, la peluquera que presienta entre sus dedos una suavidad que conoce y ya vivió.
Porque quisiera volver a tener a mis alumnos, a aquellos que ya me dicen “Profe, ¿se acuerda de mí?”, y me arrancan un suspiro, una carcajada, un arrebato que termina en abrazo y en la promesa de vernos muchas otras veces.
Porque quiero probar cómo se vive sin enfermedades incurables, cómo es dormir profundamente, pues ya lo olvidé. Que la amiga que se fue a otro país, en esa no me deje; que mis hermanos y mi madre sigan cerca, y mis sobrinos puedan ser mis hijos, porque ahora solo siento que lo son.
Hace unos días mi amigo Alexey Fajardo, desde las redes sociales de Internet, nos invitaba a ser buenos, nos pedía serlo en esta y otras vidas; también nos dejaba señales para que pudiéramos encontrarlo: “Yo seré entonces el de la sonrisa perenne y la constancia”, y algo tan simple e improbable me conmovió.
Quizás porque la idea del bien va conmigo, aunque no siempre consiga el bien que busco; y porque estoy segura de que ni diez vidas alcanzan para enmendar tropiezos, tardanzas, palabras que salen sin pensar, aunque diga rápido ¡perdón!
Porque quiero leer más poesía y escribirla, hacer las fotografías que habitan en mi mente, compartir los cafés que no pude, cumplir las promesas, las visitas, las conversaciones pendientes. Decir a los demás ¡ánimo! sin que sea yo quien de verdad lo necesite.
Porque quiero estar en mi país, en mi barrio; tener un poco más de invierno, de lloviznas; y disponer de una eternidad si fuera necesario, para salvarlos de todas las orugas, de la inmovilidad, el abandono, el miedo.
No creo en la reencarnación y, sin embargo, por si acaso, por si fuera posible, yo seré la de la mano extendida, la mirada que alivia, la inconforme. La que busca la luz y la alegría, pese a todo, y a tanto.