Pequeñas muletas
Hay muletas necesarias, a veces imprescindibles, porque soportan y auxilian, nos ayudan a avanzar, evitan la inactividad, el aislamiento. Existen otras que no ayudan, a pesar de que parezca lo contrario.
Hay muletas necesarias, a veces imprescindibles, porque soportan y auxilian, nos ayudan a avanzar, evitan la inactividad, el aislamiento. Existen otras que no ayudan, a pesar de que parezca lo contrario.
Me gusta brindar halagos, no regateo ni uno solo de ellos a alguien que se los haya ganado, voy por ahí desgranando mis elogios, por más cursi que parezca.
No recuerdo cuándo escuché por primera vez aquella frase, ni cuál fue el contexto, solo que no le encontré entonces ni pies ni cabeza, ni gracia; y todavía, no se los encuentro.
Hace apenas unos días recibí un regalo que a algunos pudiera parecerles inusual, mas no lo es. No podía creerlo. Mi prima ponía en mis manos el juguete que, desde mi infancia, sentía que me había faltado y venía ahora a calmar mi nostalgia.
Sin dejar de patear su balón, aquel hombre contaba a la prensa cómo había podido imponer el nuevo récord de dominarlo, por más de cuatro horas, con un gran peso añadido a sus piernas.
Tengo una madre perfecta, a pesar de lo que con tristeza no pudo darme, de lo que quería enseñarnos y ni ella misma sabía; de las peleas y hasta de algún chancletazo.
No me preguntarían nunca si este amigo o esta amiga mía “son o no son”, ni nadie habría dudado de si, por ser amiga de homosexuales, yo también lo era.
Aquel hombre pidió el pan y mientras la empleada le servía sacudió la jaba sobre el mostrador esparciendo migajas que alcanzaron hasta el piso. Ella lo miró asombrada y ante la pregunta de que por qué hacía eso, él sólo respondió; "porque sí".
"¿Será que no me amo lo suficiente?", me dijo aquella muchacha mientras me contaba todas sus penas. Quise decirle lo que pensaba, pero temí aumentar su angustia, empeorarlo todo.
De un naufragio o cualquier desastre yo salvaría solo a personas, aunque me doliera dejar a los animales, mis plantas, los pequeños objetos preferidos, mis cartas y postales, las fotografías.
Juro que fui a aquel lugar por una llave. Lo de la lección de amor es otra cosa, llegó sin esperarla y, como muchas veces me sucede, quedé muda.
Al ruido intenso le siguieron muchos pequeños estallidos que se iban alejando hasta alcanzar el cielo. Después era la luz, los colores, las tantas figuras que me hicieron llevar las manos a la boca.