Pequeñas muletas

Hay muletas necesarias, a veces imprescindibles, porque soportan y auxilian, nos ayudan a avanzar, evitan la inactividad, el aislamiento. Por eso, aunque no nos gustan, es bueno tenerlas a mano, usarlas sin avergonzarnos, asirnos a ellas con ganas y, en su compañía, seguir, sin miedo, el camino. Existen otras que no ayudan, a pesar de que parezca lo contrario.

Esas afean, atrasan, nos dejan en el mismo sitio, malparados. Nos apoyamos en ellas por gusto, en ocasiones, por moda, por imitar, o por vicio. Esas son las muletillas. Molestas e innecesarias, que pueden llegar hasta sin darnos cuenta y, cuando eso sucede, no podemos prescindir de ellas ni en las más simples de las conversaciones.

Necesitamos estar atentos para no sucumbir, porque se aprovechan del descuido, del hecho de que, a menudo, nos dejamos llevar, le restamos valor a lo que decimos; y es ahí donde encuentran tierra fértil (bueno, en verdad, infértil) para hacer de las suyas.

Cuando, en medio de una conversación perfecta y fluida, escuches que alguien deja la frase a medias, aborta la idea y remata con algo como esto: no se qué; no sé qué más; bla, bla, bla; la chiva y los cinco pesos; ya tú sabes; ayayai, ayayai; esto o aquello; waoo; puedes estar seguro de que ese se descuidó y cayó. Sí, porque las muletillas no te sostienen, es mejor no tenerlas a mano, solo te sirven para malograr cualquier diálogo, desde el más encumbrado tema hasta la más mínima conversación donde les des cabida. Son como muchos otros vicios del lenguaje, de esos que abundan por ahí.

Cómo se abusa de frases hechas, casi siempre pegajosas como canción de moda que se tararea sin saber por qué; terminan usándose en cualquier contexto, y no únicamente en conversaciones informales, ellas van más lejos, son expansivas como el polvo del desierto. Así te cansas de escuchar o leer los mal llevados y traídos: un poco qué; un poco para; un poco como; ya, ya; para nada; en fin... el mar; nada que ver; dale, dale; en este minuto; desde ya.

• Otra frase hecha, muchas veces mal usada: dar al traste...

Y por tanto “hableteo vacío” y sin sentido, terminas compadeciéndote del idioma, del lenguaje hablado y escrito, de oyentes y lectores, de quienes perpetúan estas frases, y hasta de las frases mismas, venidas de no se sabe dónde, fuertes, contundentes, difíciles de exterminar, como las plagas y la mala hierba. ¡Cómo afean las pequeñas muletas, innecesarias, absurdas! ¡Cómo entorpecen los vicios al hablar! Son como musarañas, basuritas. Ojo con ellas, diría cualquiera que haya sucumbido, porque la palabra ojo, expresada como alerta, pudiera ser el más reciente y extendido de estos vicios. Pero de ese escribiré en otro espacio. ¿O me dirán que no se lo merece?


Comentarios  
# Mara 23-07-2019 09:11
Me encantaría poder hablar sin usar una de esas, es casi imposible, a mi edad ni pensarlo, pero aunque afean nuestra expresión verbal hay veces que son necesarias para poder llegar al final cuando expresamos nuestras ideas, no tengo un buen “verbo” oral, así que por ahora, ni modo, ehh, no me queda otra jajaja, Gracias Carmen Luisa!
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# Alejandro Chang Hernández 30-07-2019 07:56
Creo que aunque no son poesía estética, ni bellezas literarias, son parte de nuestra identidad, y no las podemos eliminar. No llegaron por gusto, y a veces son el único recurso para auxiliarnos en momentos de tensión, duda, estrés, nervios.
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