No recuerdo cuándo escuché por primera vez aquella frase, ni cuál fue el contexto, solo que no le encontré entonces ni pies ni cabeza, ni gracia; y todavía, no se los encuentro.
Desconozco desde cuándo algunos cubanos la usan, a quién se le habrá ocurrido ni por qué; sé que se usa jocosa y, generalmente, contra alguien que después de atravesar el mar o algún océano, se olvidó de todo y de todos.
Aquel que “se tomó la Coca Cola del olvido”, es quien nunca más llamó ni escribió a quienes dejó atrás, no los localiza por las redes sociales, no les recarga el móvil o les manda o les trae pacotillas; cuando viene al país no les avisa ni los visita, en fin, los borró para siempre.
Sé que eso de olvidar puede que suceda con muchos cubanos que se van, pero también ocurre con muchos de los que nunca se han montado en un avión ni han puesto el mar por el medio; porque resulta que para olvidar no es indispensable irse lejos, ni siquiera que pase mucho tiempo, para hacerlo solo se necesita una dosis de despreocupación y de desgano, de falta de compromiso, de cariño, de ganas de arropar, acompañar y cuidar; y, a veces, hasta de vergüenza.
Cómo duele que alguien dé la espalda, se marche, y al hacerlo, abandone y olvide; cómo lastima ver el bello recuerdo tirado en cualquier esquina, dejado de lado, echado a menos.
También duele, y mucho, estoy segura de que mucho más, que quien está cerca, parezca que no lo está, que no se deje ver, que no aparezca. Y no es esto un trabalenguas, es, muy a menudo, una realidad que duele y amenaza con imponerse.
No hace mucho tiempo los hijos tenían hasta un día de la semana para visitar a sus padres, viejitos, en ocasiones, ya viudos, les llevaban a sus nietos que acompañaban y amaban. Les hacían los mandados de ese día, al menos, les limpiaban el patio y la casa, arreglaban una cerca desprendida, sembraban alguna planta; almorzaban juntos, tomaban café, “se ponían al día”.
Los hermanos también lo hacían, los sobrinos, primos, amigos y vecinos; aunque no hubiera nada extraordinario que celebrar, fiesta, bebidas, comidas ni regalos.
Cómo se visitaba al amigo del trabajo que estaba enfermo, a la vecina que parió un hijo, cómo se iba al hospital a ver, acompañar y ayudar al amigo del aula que estaba ausente y se extrañaba.
Hay olvidos innecesarios e irreparables, que laceran y alarman; al maestro que ya no creemos necesitar, al médico que nos salvó la vida, alivió el dolor de un ser amado y nos acompañó; a alguien conocido que nos dio su sangre para un hijo, al amigo que compartió su tiempo, la casa, la familia y hasta un bocado con nosotros.
Cómo salva la llamada cariñosa, el mensaje de aliento, la mano extendida; el recuerdo de la fecha inolvidable, el “te extraño y te necesito”. Cómo alivian y consuelan los amigos de toda la vida, la visita inesperada, la sorpresa del reencuentro, el recuerdo perenne que venza al olvido dañino.
No recuerdo cuando escuché por primera vez aquella frase ni le encuentro gracia alguna, aunque la tuviera; sin embargo, más de una vez me ha hecho pensar en que si los que se van y no recuerdan, “se tomaron la Coca Cola del olvido”, qué será lo que se toman los que sin irse a ninguna parte tampoco recuerdan.
A veces hay que llamarse a contar y pensar un poco en todos los que tenemos alrededor nuestro y que nos necesitan, nos extrañan.
La vida sin las personas que la llenan y complementan no tiene sentido. por eso !!!NO OLVIDEMOS JAMÁS!!!