Héroes que conozco
A aquel hombre lo conocí mucho antes de saber que era el padre de mi profesor y amigo José Antonio González (Tony). Lo había visto muchas veces, y disfrutaba sus discursos en congresos y encuentros de campesinos.
A aquel hombre lo conocí mucho antes de saber que era el padre de mi profesor y amigo José Antonio González (Tony). Lo había visto muchas veces, y disfrutaba sus discursos en congresos y encuentros de campesinos.
Intentaba alcanzar la puerta de aquella Yutong para llegar a mi destino, porque el transporte está malo y las terminales parecen un desierto. Era como un vaso de agua que se ofrecía a muchos sedientos, y todos querían.
“No vi dos personas iguales en aquel sitio” —me dijo la muchacha y siguió contándome de su obsesión por desentrañar lo más profundo e íntimo de la vida humana.
Hacer el mal a alguien es la única causa por la que se es hechizado en esos predios; aquí en la vida real, en el difícil día a día de un país generoso que merece más, hacerlo puede convertirnos en horribles bestias y, para entonces, no habrá talismanes.
¿De dónde sacó Alis la idea de que los niños no pueden jugar a las casitas? ¿Por qué Alejandro desconocía que aquella muñeca no podía tenerla entre sus brazos? ¿Por qué nos tiene que llamar tanto la atención que un niño arrulle a una muñeca?
Aquella fue una noticia de las que no deseo leer en las páginas de este periódico. Salió en primera plana, y casualmente, compartía espacio con una crónica que escribí muy ilusionada.
El hijo de Regina tiene seis años, y de alguien de esa edad casi nunca se puede aprender algo en esta vida, pensaba ella hasta el día en que el muchachito se apareció con aquel gusano.
No olvido el jardín de mi casa vieja, la casa de madera que moría mientras el patio era más grande y bello. Un jardín que aunque renovado parecía el mismo de siempre, cuidado y oloroso.
Hay muletas necesarias, a veces imprescindibles, porque soportan y auxilian, nos ayudan a avanzar, evitan la inactividad, el aislamiento. Existen otras que no ayudan, a pesar de que parezca lo contrario.
Me gusta brindar halagos, no regateo ni uno solo de ellos a alguien que se los haya ganado, voy por ahí desgranando mis elogios, por más cursi que parezca.
No recuerdo cuándo escuché por primera vez aquella frase, ni cuál fue el contexto, solo que no le encontré entonces ni pies ni cabeza, ni gracia; y todavía, no se los encuentro.
Hace apenas unos días recibí un regalo que a algunos pudiera parecerles inusual, mas no lo es. No podía creerlo. Mi prima ponía en mis manos el juguete que, desde mi infancia, sentía que me había faltado y venía ahora a calmar mi nostalgia.