Evo se fue al exilio en un avión de las Fuerzas Armadas Mexicanas, solo con un puñado de gente. Detrás de sí quedó su casa profanada por el odio, el sinsentido.
Se despidió de su pueblo, antes de irse a proteger su vida, porque mucho de bueno y noble tiene que hacer todavía por Bolivia; y muerto no será más que un recuerdo, un incentivo; y para muchos un trofeo de una guerra silenciosa que nunca tuvo un campo de batalla, que nunca fue dignamente ganada.
Tendido en el suelo, sin sábanas de lino, sin pijamas con monogramas, pasó su última noche protegido por amigos que saben cuánto bien le hace a una tierra, un hombre venido desde abajo.
Como partió Evo hacia el exilio, no se van los ladrones ni asesinos, los bandidos, los presidentes de pacotilla venidos a menos, ni los que expolian a sus pueblos.
No se van, como él se fue, los vende patria, los mercenarios, los buscadores de fortuna en las tierras de indios, los serviles y fieles a un amo extranjero.
Tampoco los que reniegan de su origen, los dueños de mansiones, de yates y de islas, y cuentas millonarias escondidas a la sombra de algún paraíso fiscal.
No se van, como Evo, de su tierra, los que llegaron arrasando otra vez con la Biblia bajo el brazo, como en aquella conquista que dejó al continente malherido.
Evo salió al exilio con un dolor ancestral en sus entrañas, con un dolor antiguo y conocido. Se fue orgullosamente indio, marchó todavía presidente; sin miedo a la renuncia y traicionado.
No se van de su tierra, como él, los que llegan a robar y a masacrar, los que gobiernan mandados desde lejos, aquellos que no miran tantos males que nunca se curan en un pueblo; y se enquistan, se hacen crónicos, incurables.
Evo se fue, y en su partida generosa, iba el dolor del indio, del minero, del mar que les robaron junto a tantas otras cosas; del viejo, del enfermo; del niño que puede crecer sin aprender a escribir ni siquiera su nombre.
Iba la duda, la incertidumbre, la visión de un pueblo que quedó en manos asesinas, manos de gente que mata sin aviso, sin motivos, que ofenden a una raza, que se imponen y anuncian nuevas limpiezas étnicas, y que se dicen arios.
Evo se fue y con su adiós habló de su regreso. De lo mucho que tiene que hacer todavía en América, de los millones que volverán con él; de su desvelo.
Se fue como se van los nobles de corazón limpio. Se fue el presidente indio para volver algún día; y el dolor que va dentro de sí lo delatan sus lágrimas.