De un naufragio o cualquier desastre yo salvaría solo a personas, aunque me doliera dejar a los animales, mis plantas, los pequeños objetos preferidos, mis cartas y postales, las fotografías; y los restos de los seres amados que ya no están conmigo.
Yo salvaría a cualquier persona que encuentre en mi camino y compartiría con ella el dolor de dejar tantas cosas detrás, de esas que, aunque uno se consuela diciendo que se recuperan, después las recuerdas y las extrañas.
Hace más de 20 años dejé detrás de mí, como en un naufragio, una pequeña habitación que, de haber podido, desprendida desde sus simientes, la hubiera llevado conmigo. Un espacio pequeño, hermoso y atrayente; tranquilo y subyugante. Rodeado de libros.. y de luz.
A aquella biblioteca entré por primera vez en séptimo grado y, durante seis años, en ningún otro lugar de mi escuela me sentía tan a gusto, tan acompañada, arropada y feliz. Allí el tiempo se me escapaba, sumergida en algún libro no sentía correr las horas, y cuando me avisaban que debía dejar el lugar, no encontraba el modo de abandonar mis lecturas y emprender alguna otra cosa sin que me causara pesar.
Yo recuerdo sus grandes estantes y la disposición de muchos de los libros adentro de ellos; las mesas y las sillas; los murales y adornos, las paredes; y el sitio donde se resguardaban los periódicos y revistas.
Inolvidables me resultarán por siempre mis tres bibliotecarias (Elena, Melva y Elenita), quienes hicieron del lugar un espacio al que siempre se deseaba regresar, por sus múltiples maneras de acercarnos a los libros y a la lectura, por la gran sabiduría que mostraban, por la paciencia y el cariño con que éramos tratados desde que traspasábamos su puerta, que era como entrar a otro mundo, diferente y mejor.
Sin moverme de aquel lugar tranquilo, visité muchos sitios, viví otras vidas, respiré otros aires; sufrí y, también, gocé de la mano de tantos personajes. Sin moverme de ese reducido espacio aprendí, y lo hice del modo sublime que se aprende cuando se tiene un libro bueno a mano, cuando alguien siente que el mejor modo de enseñarte es mostrándote el camino hacia la biblioteca y guiándote dentro de ella.
Hace muchos años, de haber podido, hubiera arrastrado conmigo mi pequeña biblioteca y la hubiera salvado; pero ahora que me duele saber que ya no existe, que no pudo ser salvada de los estragos del tiempo, del movimiento de los lugares y las gentes; la guardo intacta en mis recuerdos, porque no hay naufragio más grande que el olvido, y de ese, de ese sí la salvo cada día.
Yo tambien tengo algo muy hermoso salvado en mi memoria, lo guardo como el mas preciado tesoro, al que el tiempo y la distancia ha querido deshilar, pero sin lograrlo: la casa de mi niñez, todavia me parece mirar el piso brilloso de cemento, los “santos” de mi madre, la ventana bajita de mi cuarto donde me sentaba a ver pasar las gentes y a soñar, la cocina, el patio, las matas de frutas, el lavadero de mi madre, las puertas que nunca se cerraban y a la persona mas amada y especial de mi vida que movia aquella casa llenandola de amor, de cariño, de bondad: a mi madre, la hermosa Sra que se llevo mi alegria en sus ojos negros, de ella herede el romanticismo, la pasion por la lectura y los poemas de Jose Angel Buesa.
Gracias Carmen Luisa..muchas gracias!!!
Muy lindo el comentario de Marita también, me erizaste con tus palabras. Eres una de esas personas que uno no puede dejar pasar por su vida sin convertirlas en parte importante de ella.