La bandera de aquel
Respetarnos como seres diversos y abrazar esa diversidad, debía siempre ir más allá de la aceptación.
Respetarnos como seres diversos y abrazar esa diversidad, debía siempre ir más allá de la aceptación.
La felicidad puede ser muy simple. Esta fotografía conmovió a muchos seres de este mundo.
Una conmovedora historia, inmensa en tanto nos acerca al modo en que una persona puso su ingenio al servicio de quienes padecían, para acompañarlos y contenerlos.
Muchas veces nos mantenemos distantes a las luchas ajenas, no enarbolamos banderas que no creemos nuestras, porque las realidades que se esgrimen son de otros.
Les ofrezco mi propia fábula, como una invitación a mirarnos por dentro, porque pocas cosas me parecen más supremas que la capacidad aquella que nos permite estar alertas.
En apenas unos días, dos sucesos dolorosos le tomaron el pulso a la sensibilidad de los hijos de Cuba.
Aquella joven estaba convencida de que reclamar era en vano. Salió del lugar con un enojo que iba aumentando según narraba lo sucedido porque, decía, la sensación de desprotección y abandono que sintió superaba su capacidad de soportar los rigores del día a día.
Vuelve febrero con su carga de amor, poesía y sueños, que alguien le concedió un día. Llega callado, quedo, pareciera tranquilo, más el amor anda en vela, como remolino, de rincón en rincón. Llega febrero y este espacio quiere invitarte a que escribas una historia de amor.
Cada vez que siento el impulso malsano de librar a mis niños de responsabilidades, guiada por la devoción que siento por ellos, me detengo a pensar en tristes historias como la narrada; en historias reales, conocidas, extremas, tristes y conmovedoras historias que dejan una estela de dolor y muchas víctimas.
En las festividades por el fin de año fuimos invitados a un sitio donde, por dos días, los niños serían agasajados. Allí, más allá de la belleza en cada detalle, de las exquisiteces que eran ofrecidas, de la armonía entre los mayores y la disposición de convertir cada instante en un verdadero momento de goce y plenitud para los pequeños, quedé fascinada por el respeto que a ellos se les otorgó.
Como mensajes guardados en una botella y lanzados al mar, quise que durante varios años llegaran a mis lectores lo que apenas pude escribir en medio de la vorágine trepidante de los días, no exenta de mis propias angustias y, muchísimas veces, con las musas dormidas.
Cuando mi padre enfermó y todo era sombra, una idea me rondó sin cesar: le ofrecería una parte de mí para poder seguir disfrutando de su generosa presencia, para que él siguiera gozando de la vida, a la que se abrazó siempre con fuerza y por la que batalló sin descanso.