La bandera de aquel

Las luchas de los otros pueden ser nuestras propias luchas. Los anhelos de inclusión de quienes a nuestro lado caminan y padecen por la ceguera de muchos, debían ser, necesariamente, nuestros anhelos profundos, nuestros sueños por estar todos juntos en el mismo banco, en el mismo espacio compartido, navegando en el mismo barco.

Respetarnos como seres diversos y abrazar esa diversidad, debía siempre ir más allá de la aceptación por civilidad, por ser políticamente correctos, por respeto y hasta temor por códigos explícitos que nos hablan muy claro y nos muestran que la discriminación es un delito por el que se paga.

Debía ser un respeto guiado por el amor más puro, por la comprensión de que el mundo está habitado por seres distintos que le dan vida y color. Debíamos ser guiados por la ausencia total de miedos infundados y dañinos que, tantas veces, derivan en un odio atroz y sin sentido contra seres que se identifican felices con su propia vida y luchan por crecer en un mundo donde ser diferentes pareciera un crimen.

Amar a seres del mismo sexo, sentirse atrapado en un cuerpo que no sientes tuyo, trasvestirse, desear y lograr una reasignación de tus genitales, no debía ser jamás motivo de vergüenza, no debía desencadenar miradas escurridizas, manifestaciones violentas, o irrespeto por quien no tiene que pedir permiso para ser como es, para habitar los espacios comunes libremente y contar con respaldos institucionales y con políticas bien diseñadas en un país que apuesta por la igualdad más ancha, abarcadora y plena.

El beso que necesita hoy Cuba no cree en diferencias, nuestra nación precisa del amor de todos sus hijos, de la luz que otorga el hecho de ir unidos, guiados solo por el deseo de fundar juntos, de tener la mano extendida y el hombro dispuesto para el hermano de tierra que está a nuestro lado, para superar los quebrantos, los muchos obstáculos que amenazan cada día, para poder sentirnos seguros y acompañados más allá de las apariencias.

Enarbolar las banderas de los otros habla claramente de un crecimiento espiritual y humano superior, nos muestra cuánto hemos preparado nuestras mentes y nuestros corazones para enfrentarlo todo, cuánto hemos aprendido en medio de los rigores de la vida, y cuánto estamos dispuestos a seguir ofreciendo.

No creer en que ser distintos nos hace mejores o peores puede ser la clave perfecta para sacudirnos de lo que nos frena a la hora de abrazar las diferencias, en este momento, en este tiempo exacto en el cual, abrir las puertas del alma para que todos quepan, sin importar de dónde vienen, cuáles son sus luchas y sus marcas, está siendo necesario y urgente.

Las banderas de los otros pueden ser nuestras propias banderas, las luchas compartidas nos hacen infranqueables, los hijos juntos que se aman enorgullecen a nuestra madre grande, tantas veces sufrida; la elevan, la levantan. Entonces, sacudirnos de miedos y de odios es la mejor ofrenda que hoy está pidiendo, para brillar cegadoramente, el pecho de Cuba.


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