Al alcance de un clic

Marcos busca en su teléfono mucha información y documentación para sus tareas diarias, para profundizar en lo aprendido en el aula y para hacer magníficos trabajos evaluativos. Cada día se posiciona en nuevas plataformas y se convierte en seguidor de más generadores de contenido, más páginas; todo a la corta edad de nueve años, en el nivel de tercer grado. Tiene todo al alcance de un clic; es privilegiado por asistir a esta explosión del uso de las tecnologías y ser lo que se llama “un nativo” en estas lides.

Al igual que él, miles de niños se sumergen a toda hora en sus teléfonos, tabletas y en computadoras que abren ante ellos lo que no encontrarían recorriendo cientos de bibliotecas reales, miles de libros de papel y tinta con olor a imprenta.

Sin embargo, ya los abuelos de Marcos sintieron una pequeña alerta cuando, como de soslayo, lo escucharon decirle a una amiguita que mirara en el estado de WhatsApp de Milena lo que había subido, y tarareó un fragmento de una canción que ellos no tenían idea de dónde había salido. Preocupados, hablaron con los padres del niño para que registraran el teléfono, para ver de qué hablaba, qué miraba además de los temas escolares.

Los padres no sospechaban que pudiera aprender más de lo que ellos le mostraban y por sí solo accediera a instalar otras aplicaciones, además de la  de los sitios “seguros” que ellos ponían ante él, podrían filtrarse otros contenidos dañinos; que los amiguitos tuvieran acceso a otros productos digitales muy alejados de su madurez psicológica y de su conocimiento del mundo. Mas estaban equivocados.

Satanizar las redes sociales de Internet es un error, pues sería negar el impacto positivo que ellas representan en la vida del hombre moderno y en un mundo donde la vorágine de los días te obliga a intentar acceder con inmediatez total a cuanto necesitas. Sin embargo, dejar a los niños y adolescentes al libre albedrío, desentendernos de lo que consumen, representa un error mayor, con implicaciones graves en muchos sentidos. La guía de los maestros y las familias es esencial para, en cada etapa de la vida y en cada ciclo académico,  accedan a lo que realmente necesitan.

No debiéramos privarlos de hojear las páginas de sus libros de texto, de tanta literatura con la cual pueden fortalecer sus conocimientos y su espíritu; o de la socialización real, porque nada es superior a los juegos libres, a las expresiones faciales que no podrán ser captadas y encerradas ni en miles de emoticones. No obstante, cada día pasan más horas sumergidos en ese otro mundo tan atrayente, subyugante y que tanto les aleja del sol en la cara, del aire fresco, del barullo de los otros niños y hasta de las riñas por una pelota, unas bolas o una bicicleta.

Marcos, como otros cientos de miles de niños, tiene el derecho a acceder al conocimiento encerrado en los sitios atractivos y acertados, pero también tiene el de ser monitoreado, guiado. Los mayores no pueden suponer que él no estará expuesto a la maldad del mundo, a las tantas aberraciones que también abundan y muchas veces aparecen disfrazadas de variadas maneras, como señuelos perfectos, los cuales permanecen, también, al alcance de un clic.


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