Esta fotografía conmovió a muchos seres de este mundo.
Radio Imán/Facebook Fue en Irak, donde una niña dibujó una imagen de su madre en el piso del orfanato donde pasaba su temprana existencia. Luego, con cuidado, se quitó los zapatos y se acostó en su torso, en la posición en que los humanos habitamos en el vientre de nuestras madres. Allí se quedó dormida.
Es difícil, desde la objetividad, interpretar esta desgarradora imagen. Es casi imposible usar el lenguaje para expresar lo que se puede llegar a sentir en nuestro fuero interno.
Cientos de preguntas pueden asaltarnos, y no tener respuesta para ninguna de ellas. Intento imaginar el desamparo de la niña, el amor que habitaba en ella por su madre perdida; pero, al instante, me niego a tratar de reproducir ese dolor, porque el valor se me escurre, como quizás se escurrió la felicidad de la pequeña.
¿Qué alivio sentiría la niña allí en el pecho de su madre? ¿Qué pensaría al desnudar sus piecitos para entrar a aquel contorno dibujado con su corazón anhelante? ¿Por qué se acurrucó como si volviera al vientre donde estuvo atada a ese ser que le dio la vida y después no pudo cuidarla más, verla crecer, ser felices juntas?
¿Quién la encontró allí dormida y nos legó esa fotografía que es un grito de dolor y también, por qué no, de una esperanza que no había abandonado a la pequeña? ¿Cómo despertaría la niña? ¿Habrá soñado con su madre mientras dormía en su pecho? ¿Habrá roto en llanto tras el fugaz “encuentro”? ¿Cómo fue esa vuelta a la realidad, quién la abrazó, quién la contuvo y con un beso verdadero secó su llanto y le prometió que todo estaría bien?
Mirando esta fotografía pueden asaltarnos miles de preguntas, dolorosas todas; podemos replantearnos nuestras dudas acerca de la felicidad de la que gozamos, si no es la que soñamos, y si realmente valoramos el beso que, con suerte, todavía recibimos de nuestras madres; o si recordamos lo suficiente los besos que nos faltan.
Mirando esta fotografía podemos entender, de hecho, que la felicidad puede ser muy simple: habitar en un regazo que no existe. Podemos quedarnos, silenciosamente, pensando en la existencia misma, mientras le dedicamos unas lágrimas a la niña de la foto y a tantos otros seres que no tienen ya la suerte de recibir los besos de sus madres.