La última botella

Como mensajes guardados en una botella y lanzados al mar, quise que durante varios años llegaran a mis lectores lo que apenas pude escribir en medio de la vorágine trepidante de los días, no exenta de mis propias angustias y, muchísimas veces, con las musas dormidas.

Sin fórmulas mágicas, sin una rutina precisa, sin más impulso que el deseo irrefrenable de que mis pensamientos navegaran por mares de palabras y llegaran a quienes, con los pies en la arena, esperaban avistar una de mis botellas, escribí.

Con la mente siempre despierta, con la mirada atenta, iba en busca de aquello que llenaría el alma de quienes me esperaban. En el andar cansado de un viejo, la sonrisa de un niño, en el esfuerzo de muchos y hasta en la desidia de los otros, encontré inspiración.

Personajes comunes son mis preferidos, esos que viven apasionantes historias que pueden ser las tuyas y las mías, que, como inspiración y aliciente, pueden servirnos para sopesar los sinsabores de nuestra propia existencia, y saber que nunca será perdido un día al que entremos con la felicidad a flor de piel.

Mi propio dolor era sanado mientras componía un mensaje para sanar los dolores ajenos, cuando inventaba un mundo de emociones posibles de conquistar y solo después salía a su conquista. Cuando no sabía con qué llenar la Botella, qué mensaje surcaría las olas para llegar a las manos de alguien, pensaba en mis lectores, en aquellos que me detienen en plena calle y se presentan como botelleros empedernidos, y en los que de muchas maneras me han hecho llegar unas gracias enormes porque, sin saberlo, mis mensajes le traían las respuestas esperadas y deseos de seguir adelante. Entonces, no podía dejarlos esperando.

No quería que Fernando abandonara el ritual con el que recibía al cartero, que desde la acera le sonreía y, levantando el periódico le decía el título del mensaje encontrado. Ni a Eva, porque me leía primero; o a Oriol, que me pide siempre que guarde mis mensajes en un libro, a cuya presentación no faltaría, para pedirme que le firme un ejemplar como si de una escritora famosa se tratara.

A mis seres entrañables que me leen con tanto cariño que no se atreven a censurarme ni una palabra por aquello de que el amor es ciego, o a mi amado, quien me recuerda que ya volaron los 15 días y tengo que volver a escribir una crónica, esa que siempre le regalo antes de que nadie la lea, con derecho de autor incluido, quiero decir, con derecho de amor.

En tantas páginas en blanco que tuve que enfrentar, en tanta idea que a veces no cobraba la forma deseada, entre tantas imágenes, que volvían desde todas partes, tantos recuerdos que reconstruí, tantos motivos que me negué a dejar morir, siempre quise dejarles lo mejor de mí. Nunca una de esas se quedó a medio camino, ni por las peores tormentas, los sargazos, ni porque cayera en las redes de pescadores furtivos; siempre salía en la cresta de una ola, o rescatada por alguien que me pedía le dedicara un mensaje, o por quienes me regalaban un título, un tema que les gustaría ver en una de mis botellas; entonces allí aparecía la que siempre se me antojaba la mejor de todas, porque era la que alguien esperaba sabiéndose su dueño.

Ahora, a las puertas de un año nuevo, y con el deseo perenne de que sea el mejor de los años para todos, me despido. En el último segundo, ese que consumo para lanzar mis peticiones al universo, para pedir a Dios que no me falten los muchos deseos de vivir en medio de lo que sea que nos traiga el nuevo calendario. En ese instante casi mágico que separa un año del otro, en el que no cambia nada pero en el que pudiera vivirse una eternidad, allí donde estarán en mi mente y mi corazón mis seres entrañables, estarán también todos los que me leen, los que han sido mis verdaderos premios, mis musas, mi incentivo para llenar de palabras este espacio e imaginar que desde el arrecife más alto las lanzo y miro como se aleja lo que naciendo de mí al instante deja de ser mío. A los que se quedan tranquilos leyendo mis palabras, porque de verdad hace mucho tiempo que escribo esta Botella, y comprenden que no pudo haber sido nada fácil, y tal vez porque piensan que hasta los mejores espacios (que no es este) debían terminar un día, les agradezco su comprensión.

A aquellos que lamenten el no poder encontrarse una Botella más, que les traiga quizás un poco de alegría, unas palabras salvadoras, un retazo de lo bello que miro, a esos que ningún tiempo les parece mucho, y que piensan que puedo seguir exigiendo a mis musas unas historias más, esos que no quieren despedidas, que quieren seguir encontrándose con la mejor versión de mí, si sintieron un poquito de desconsuelo, también les agradezco por sucumbir a esta suerte de juego que me invento, porque el almanaque marca el día 28 en que todos podemos ser un poquito ¡INOCENTES! No se preocupen, seguirán mis botellas navegando estas aguas y ojalá que en 2025 todas sean por muchos encontradas. ¡Feliz fin de año!


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar