Nunca me abandonará el deseo de hacer una escribanía, por anticuado que parezca, por fuera de tiempo. Nunca me abandona el deseo irrefrenable de escribir, para otros, cartas de amor con mi puño y letra.
La idea resuena en mi mente y mientras más miro cómo crecen, de manera abrumadora, los millones de maneras de decir los te amo, más me convenzo de que hacerlo desde una carta, un mensaje suelto de los que se puede dejar en cualquier bolsillo, debajo de una almohada, o que dejamos en la mano de alguien después de la tibia caricia; nunca dejará de ser el modo más palpable y sublime.
Amo las cartas, las que desdoblas con el corazón agitado, las que hueles y sientes que no existe mejor aroma que el de la tinta y el papel. La que tocas, lees y relees y hasta imaginas los giros de la mano hermosa que iba dibujando los pensamientos, los anhelos del corazón del ser que necesita que sepas que no quiere vivir sin ti.
Amo las cartas que puedes guardar en tu gaveta preferida, a la que puedes volver una y otra vez, las que siempre te siguen arrancando una sonrisa, un suspiro y hasta unas lágrimas; esas que si el tiempo las pone amarillentas junto a ti es porque juntas sobrevivieron a todas las tormentas.
Hace apenas unos días leí la historia de una bella mujer que en su biblioteca sufría porque pocos lectores se acercaban en busca de sus magníficos libros. Muchas veces se consolaba pensando que seguramente el tiempo y la vorágine trepidante de los días los obligaba a leer desde otros soportes digitales, pero que, al final, no dejaban de hacerlo.
Sin embargo, cada día abría las puertas de su hermosa biblioteca con el anhelo callado de verlos llegar a pedir sugerencias de lecturas, a revisar los estantes, oler las páginas de aquellos libros y llevarse algunos para leerlos en las madrugadas y que fueran sabia compañía que después adornara también la mesita de noche.
Hasta que una idea invadió su mente, y sin detenerse un instante escribió en tiras de papel frases de amor, de acompañamiento, frases llenas de verdades de esas que insuflan vigor a los espíritus cansados, a las almas agobiadas.
Las fue colocando en las primeras páginas de los libros más solicitados. Y esperó.
Después de que esos libros fueron llevados a la hermosa aventura que sumerge a quienes leen en tantas vidas, tantos mundos; comenzó a dejar las primorosas notas en las primeras páginas de todos sus libros.
Primero regresaban los lectores de siempre, los más fieles, le sonreían pícaros y pedían otros libros. Después fueron entrando quienes solo saludaban al pasar y preguntaban que, qué libro era bueno para un principiante. Y cada vez regresaban por algún otro.
Al recibirlos de vuelta siempre buscaba si su nota volvía, nunca regresaban, siempre encontraban sitio seguro en quienes las encontraban. Un día en sus notas comenzó a pedir que le escribieran otra nota, otro mensaje de cariño, de ayuda, que las dejaran también como un regalo sueltas en las páginas para quienes pudieran necesitarlas, y para ella.
Y así comenzó un intercambio de los mensajes más increíbles, de las notas más hermosas, de los fragmentos de poemas que muchos repiten, que nadie olvida. Y un día los lectores comenzaron a pedir que ese sitio les sirviera para socializar sus notas, sus mensajes, para reunirse a leer los poemas guardados en los libros, para leer los párrafos preferidos de cuentos, relatos y novelas. Y lo que era una fría biblioteca cobró vida verdadera, porque la fuerza del amor, del deseo de acompañar, la fuerza y gracia de las palabras pudo más que cualquier otro soporte, que cualquier otra manera de expresión.
Y así puede ser siempre. Así puede ser que un día la verdad más contundente, la caricia al corazón más grande, la recibamos desde una simple frase, desde un pequeño pedazo de papel donde alguien te diga cuánto le vales, cuánto te recuerda, cuán inmensa puede ser la gracia de estar vivos.
No me abandonan los deseos de hacer una escribanía, aunque a veces pienso que quizás demore en llegar el primer ser que quizás con timidez me pida que le escriba, para alguien, un mensaje de amor; aunque he pensado que fuera mejor crear un taller donde ayude a otros a expresar ellos mismos lo que sienten. Sin embargo, no dejaré de soñar con la “Escribanía Mina”, porque desde ella pudieran salir los mensajes que muchos, a veces sin saberlo, están necesitando y hasta porque también pudiéramos un día, entre todos, escribir los mensajes jamás soñados, esos que tanta falta le están haciendo a este mundo donde, constantemente, el amor sucumbe ante la fuerza de tantos males.