En mi mente permanecen grabadas imágenes memorables de cuando estaba entre la gente, batallando en las duras tormentas que nos acechaban cada día. Imposible resulta no traerlas de vuelta, imágenes magníficas que nos hablan de un líder a tiempo completo, cerquita, pegado a los problemas de su nación amada, por la que trabajó y peleó, desenfrenadamente, hasta su último día.
Adorado por muchos, criticado hasta el cansancio, vilipendiado por los que más le temían, no abandonó nunca aquello que convirtió en el centro de su existencia: su vocación de servicio, sus anhelos de una Cuba como sitio donde se erijan por siempre la fuerza y la entrega total de todos sus hijos.
Bastaría sumergirse en esas imágenes para conocerlo, bastaría mirarlo caminando en una zona anegada en tiempos de ciclón, con su capa amarilla y su imponente presencia anunciando que todo tenía que salir bien y que las vidas eran lo primero, que lo material después se recuperaba, o no, pero que las vidas sí había que ponerlas a salvo a como fuera.
Bastaría mirarlo en los laboratorios, donde al escucharlo se nos antoja un científico más, porque cómo es posible que un luchador, un político, un estadista, nos hable de las más profundas entrañas de la ciencia, de descubrimientos y vacunas, con la misma certeza y sapiencia de quienes las hacen realidad.
🇨🇺| Fidel de Cuba, en tiempos cruciales
— José Miguel (@JMiguelRdguez) August 7, 2025
🫂 Hay una luminosidad en cada 13 de agosto que nunca podrá apagarse, ni con todos los bloqueos del mundo, pues es la fecha del día feliz en que naciera hace 99 años el invicto conductor de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz. pic.twitter.com/F39BQwg6HV
Cómo es posible que saltara de un laboratorio a un sembradío, a un círculo infantil, una escuela; que ofreciera un discurso memorable en La Habana y a pocas horas estuviera en Santiago ofreciéndose entero.
Cómo alguien como Gabriel García Márquez ponía en sus manos los manuscritos de sus valiosas obras literarias, y después se asombraba de cómo el luchador, el político y estadista le había corregido puntos esenciales que la engrandecían mucho más.
Cómo hizo del arte y la cultura armas poderosas para luchar contra la ignorancia, para llenar vacíos espirituales, para que la belleza nos acompañe por siempre.
Cómo podía ese hombre pasarse la madrugada en una entrevista que se convirtiera en libro memorable, hablando de las cosas más elevadas, más grandes, y a su vez confesara que deseaba estar parado en cualquier esquina y estar con un pulóver blanco en una playa.
Bastaría a quienes no lo conocieron en vida mirar sus encendidos discursos, los que siempre prometía que serían breves y después el mismo auditorio deseaba que no terminaran; bajo el agua, porque nadie se movía de las plazas, y si el pueblo seguía allí con él, su misión era hablarles bajo la lluvia.
Era el mandatario más aclamado en cada cumbre, en cada visita de trabajo, en el podio de las Naciones Unidas, nunca fue superado en ovación, nunca a nadie lo esperaban como a él a las afueras de los edificios, en las calles y avenidas; el más fotografiado, el más retado a que expresara qué veía en el futuro de este mundo, como si fuera un gurú, porque sus certezas llegaron a ser abrumadoras, y hoy se ve como nunca antes.
El hombre gigante en estatura y en moral, esa que era su único chaleco contra las balas que matan y contra las que acusan. El hombre que ante los niños se desarmaba, los mimaba como un padre amoroso, los invitaba a estudiar mucho, a leer a Martí, a crecerse en las dificultades de la vida, y a crear y fundar.
Para los niños todo, era su premisa más grande, porque Martí no solo lo guió para asaltar un cuartel, fue el Apóstol su maestro primero, y a él fue fiel hasta su último aliento, porque siempre quiso conquistar el sol para los hijos de su tierra amada, “con todos y para el bien de todos”.
Peleó por los hijos de Cuba dondequiera que estuvieran, allí donde fueron secuestrados, retenidos, apresados; peleó por todos con fuerza descomunal y sin miedo de azuzar a las fieras, prometía traerlos a casa, y cumplía su promesa.
Conocedor como pocos de la historia nuestra, de la que nos trajo hasta aquí, de la que es parte esencial e indiscutible. Conocedor de las esencias más íntimas de la gente de pueblo, de sus deseos y sus aspiraciones, de las necesidades de crecernos como país sin despreciar la ayuda de nadie, pero despreciando cada muestra de querer poner condiciones a esa ayuda.
Solidario como pocos, el primero en estremecerse con cualquier desgracia que padeciera un pueblo amigo; por eso hizo que Cuba anduviera por el mundo de hermana y que nada de lo que hoy nos ofrezcan nos avergüence, porque Cuba ofreció mucho primero.
Levantó la moral de los cubanos cada día, enseñó que no se puede andar en muchos bandos, ni con juegos políticos, ni aperturas vergonzosas; enseñó que ser fieles a uno mismo y a los que pelearon antes sería nuestro más grande estandarte; y que bajar los brazos, deponer, arriar las banderas, no sería jamás una opción si queremos vivir de pie.
Bastaría mirarlo con su sonrisa pícara cuando, con sus respuestas afiladas, dejaba sin palabras al más entrenado de los entrevistadores. Para calarlo en sus fibras más íntimas, bastaría mirar la ternura con la que rozaba la cabeza de un niño, cómo abrazaba a las mujeres y celebraba su fuerza indestructible; cómo despedía a los atletas que salían a conquistar medallas y triunfos, y cómo los recibía al pie de la escalerilla con alegría total, aunque no trajeran todas las medallas.
Bastaría mirar su expresión de dolor cuando Cuba y sus hijos eran dañados, cuando, con actos bárbaros, nos herían de muerte; y cómo el dolor lo convertía en denuncia y en promesa de que nadie más nos tocaría y quedaría impune.
Bastaría todo esto para conocerlo quienes no lo tuvieron en vida, bastaría repasar las imágenes que atesoro, que conservo intactas en mi mente para conocer, admirar y amar a uno de los hombres más grandes que, por suerte, nos tocó tener entre nosotros, y que sigue aquí, no en mármoles fríos o imágenes calladas; está en cada certeza de que podemos seguir conquistando el sol, ese que siempre puso él primero, en el pecho de Cuba.
• Consulte aquí la cronología de visitas del líder histórico de la Revolución a Ciego de Ávila