No te marches así

Aquella joven estaba convencida de que reclamar era en vano. Salió del lugar con un enojo que iba aumentando según narraba lo sucedido porque, decía, la sensación de desprotección y abandono que sintió superaba su capacidad de soportar los rigores del día a día. Después de haber esperado su turno y hacer una compra muy urgente, le expresaron, con una pasividad pasmosa, que no estaban recibiendo transferencias. Intentó llegarles al corazón explicando que su niño estaba enfermo y tendría que recorrer otros lugares y perder tiempo, pero nadie se conmovió. No recibían transferencias, decían que esa tarde, porque, según expresaron “siempre recibían”. No se impuso, no esgrimió sus derechos, no solicitó hablar con el dueño del lugar; se marchó rumiando su desgracia, segura de que su situación se resolvía encontrando un sitio donde, además de que existieran los productos que demandaba, aceptaran su pago por esta vía.

Cerca de mí estaba después de haber visitado varios mostradores donde encontraba solo algo de lo necesario y donde recibió no pocas evasivas. Ya había pasado una hora recorriendo algunos puntos y no había terminado; tampoco su enojo se apaciguaba, aunque no dejaba de contarlo para “desahogarse, aunque sea”, según decía, con una mezcla de desencanto e incredulidad.

¿Y por qué no protestaste con fuerza en ese lugar y te hubieras ahorrado todo este quebranto?, alcancé a decirle. “Porque es en vano”, respondió segura.

¿En vano? Me pregunto siempre ante la actitud de muchos que se quedan inmóviles, contrariados, enojados, con total pasividad ante la negativa de quienes están en la obligación de protegerlos como clientes y ciudadanos con todos sus derechos bien refrendados; porque prefieren no echar pelea y dicen: “total, para qué”.

Tener derechos bien constituidos nos sitúa en una posición de ventaja frente a quienes pretenden soslayarnos y empeorarnos el día, quienes no miden nuestras necesidades y no se esfuerzan por hacer llevadera nuestra carga en medio de situaciones agobiantes y días tan difíciles, a veces, insalvables, en el actual contexto que vivimos los cubanos.

Tener derechos nos debiera librar de la desidia de tantos hermanos de tierra que siguen pensando que resolver su vida es su única obligación, del abandono de algunas instituciones y esta “ley de la selva” que puja por instaurarse en nuestro entorno. Sin embargo, vivimos a expensas de ello, porque nadie dijo que algo tan supremo como respetar el derecho ajeno nos vendría grabado en el ADN y que nadie renunciaría a su obligación de honrarlo.

Por ello siempre nos queda la única opción posible para salir ilesos: pelear contra esas muestras de desatención y exigir de todas las formas posibles, a tiempo y todo el tiempo, nuestro derecho a ser atendidos con celeridad, sin dilaciones ni traumas adicionales.

Reclamar en un mostrador con respeto, seguridad y con la certeza de que de allí te vas a ir escuchado y complacido, debía ser la respuesta de todos ante situaciones como la narrada, tan comunes hoy; una situación que se repite de mostrador en mostrador, y que es asumida como otro mal de los que tenemos que padecer callados, porque nada resolveremos.

Quedarnos con nuestros productos de nuestro lado y expresar que esperaremos hasta que alguien se digne a aceptar nuestro pago por transferencia, en línea o la vía que elijamos, debía ser la respuesta ante el desdén de quienes nos ponen todo tipo de trabas y argumentos sin medir nuestras necesidades, y, sin piedad, nos lanzan a una búsqueda por otros sitios.

Irnos de un lugar desoídos, maltratados, desatendidos, a mascullar todo el día nuestra impotencia, es algo que nadie debería asumir como una opción, por ninguna razón posible, aun cuando pensemos que es mejor seguir de largo y resolver en otra parte, porque aquellos están en la obligación de responder ante nosotros y ofrecernos un servicio óptimo, porque nuestro tiempo es valioso, y porque no existe un impedimento aceptable y real cuando de usar estas plataformas de pago se trata.

Pensar que reclamar un derecho es en vano, nos sitúa en desventaja total frente a los maltratadores que hoy proliferan; nos aleja del bienestar que merecemos y nos victimiza, en tanto que cedemos, por creer que así será mejor, ante seres que no tienen la más mínima noción de lo que es servir y que, sin escrúpulos, salen victoriosos cada día, por obra y gracia de la pasividad nuestra.

Para cuando aquella joven estuvo cerca de mí, ya había recorrido media ciudad y aún no había resuelto un problema que le generó la desidia de un vendedor y que ella empeoró por su decisión de no reclamar, no echar pelea, no “armar una tángana” y negarse a ser maltratada. Solo había conseguido algunos productos, nuevas negativas y excusas de todo tipo, y un enojo que amenazaba con seguir en aumento, como seguirá el descontrol y el maltrato si nos negamos a poner las cartas sobre la mesa y decir con calma: “Usted me atiende con esmero, porque yo conozco mis derechos y no los dejo a la deriva, en manos de nadie”.


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