Opinión

Desde hace unos cuantos meses, obreros de un sector acometen esfuerzos más allá de lo común. En situaciones de normalidad su trabajo pasa casi inadvertido, pero cuando ocurre el más mínimo fallo enseguida nos acordamos de ellos. Y no es para menos, porque en la vida moderna, sin electricidad, se dificulta en demasía la más sencilla de las labores.

Pareciera que, con tantas formas de vender hoy un producto, recurrir a una Casa Comisionista, casi siempre un espacio pequeño y solo identificado con carteles en el interior de una tienda, es la última opción o, al menos, la más desventajosa después de inventariar las posibilidades de las redes sociales de Internet y las ventas de garaje.

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