La Nueva Normalidad es la etapa del plan de enfrentamiento a la pandemia en Cuba en que más cerca estamos de lo que ya no es, o sea, de aquellos tiempos en los que la COVID-19 siquiera era una palabra conocida y nos encontrábamos sobrellevando los problemas del día a día, con el “ni uno más” en boca. El mundo se ha apartado, considerablemente, de lo que resultaba “normal”.
Mientras lo aún lejano se acerca, en Ciego de Ávila, no queda de otra que echar el extra en los remos. Invasor señaló que la provincia debe descender a una tasa de incidencia de 5 (acumulada por cada 100 000 habitantes, en los últimos 15 días) para adentrarse en la Nueva Normalidad, indicador al que se llega y en el que se sigue con autocuidado.
Alcanzarla requerirá más sentido común, que se aplica en cualquier contexto, cuando somos conscientes de la situación de riesgo que todavía vivimos y podemos, a ojos cerrados, radiografiar los efectos de la pandemia. En lo nuevo, nuevamente, la cotidianeidad dependerá del uso consecuente del nasobuco, del distanciamiento social, el lavado constante de las manos y la desinfección de superficies.
Tendremos que emplear la mascarilla en espacios cerrados, dígase escuelas (donde los maestros son esenciales en su cumplimiento y enseñanza), centros de trabajo, servicios de Salud (pues se garantiza el total funcionamiento de la red de centros) y actividades religiosas. Es necesario, no por lo que implica su desacato desde las sanciones o multas, sino por los beneficios, para evitar contagios.
Continuará la lucha cotidiana por echar algo en la nevera, desafiante realidad que no justifica “congelar” las disposiciones sanitarias al zapatear la carne o el arroz, pues eso hay que hacerlo con la debida separación física, medida a exigir también en el transporte. Distanciarse, insisto, es más que pararse encima de suelas pintadas en el piso de la guagua; es un acto que, por tan repetido, debiera estar mejor asimilado.
Cuando nos creamos “libres del virus”, menos lo estaremos, porque priorizar la vida con ciertas libertades entraña grandísima responsabilidad, en lo que llega la vacuna. En tal sentido, que los pomos con solución clorada no desaparezcan o se pasen el día “mosqueados” en una mesa, ni la práctica sea “echársela por echársela”, ni se sequen al sol los pasos podálicos.
Que sea, entonces, efectivo el control de la desinfección de las manos y superficies en los centros de trabajo, escuelas y medios de transporte público. Que se garanticen los medios de protección a los trabajadores que están expuestos al contagio, especialmente al personal sanitario, y en actividades laborales donde se interactúe constantemente con el público.
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“Darnos caché”, con la emoción de ocupar una butaca en el teatro Principal para disfrutar de la obra de turno, ir a los círculos sociales, cines, al parque Martí de la ciudad cabecera, a los bares, centros nocturnos y actividades festivas, exigirá cumplir a la medida con las medidas, sin dar lugar a la relajación, porque retroceder siempre será una opción y derrota. Lo vivimos.
Experimentamos el desgaste que causa divagar en lo que ocurrirá mañana o en un corto, mediano o largo plazo sobre el proceso de la pandemia, y reconocemos la significación de la reapertura gradual, ordenada y cauta del territorio para la reactivación económica. Ello precisa enfocarnos bien en “el aquí y el ahora”, sin arrastrar en cada pase o paso los errores que han costado pérdidas no solo de vidas.
La salud, las relaciones sociales y la economía han sido brutalmente zarandeadas, siendo asideros esenciales para el ser humano. No hay más que aprender sobre la marcha, pues llevamos ocho meses de recorrido y, en más de una vez, demostramos que sí podemos ponernos por delante del virus. Etapa tras etapa, comienza otro tiempo de un partido que no sabemos cuánto durará.
• De sumo interés: palabras de Díaz-Canel en Mesa Redonda del 8 de octubre pasado