Aprenda más

Uno de estos calurosos días, mi amigo de la infancia Cundo —no le gustaba el Erundino con que fuera inscripto— me interceptó y, como es característico en él, me espetó “Oye, cuate, ¿por qué no escribes algo sobre el Charro Avitia?”. Y, con la misma, salió caminando con una ranchera a flor de labios.

Relacionados

Del mismo autor