Oscar: “veo las guaguas de la COVID-19 y me erizo”

Antes del día 12 de enero pasado, el trabajo de Oscar Marín García frente a la COVID-19, junto a los clientes, parecía infranqueable. Y su responsabilidad es bien grande de cara a un “bicho” que, como diría cualquier cubano, “se cuela por el hueco de una aguja”.

Oscar arreglaba algo de su apartamento, ubicado en el corazón del poblado cabecera de Majagua, mientras este periodista, rumbo a su encuentro, se preguntaba si él abriría la puerta de su casa y de sus memorias a una entrevista. Lo cierto es que conversamos a la sombra del edificio, diálogo al cual se sumó minutos después su esposa Mairely Rafael Pérez.

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El señor de 57 años, hipertenso, abre y cierra la puerta principal del Banco de Crédito y Comercio de Majagua. Si bien la confirmación todavía cae en el terreno de las suposiciones, algunos se atreven a considerar que allí, en algún momento, se dio acceso al virus. Tampoco sus compañeros se explican cómo enfermó alguien tan exigente con el cumplimento de las medidas higiénico-sanitarias.

“Hicieron pruebas PCR-RT en el banco el 8 de enero pasado y cuatro días después, el 12, llegó el resultado positivo de dos cajeras del mismo centro y el mío”, comenta casi a un mes de su recuperación. Entonces, usted comprenderá si, a falta de certezas por todas las partes, sostenemos la idea de que el SARS-CoV-2 ingresó a la entidad, “recibió su servicio”, dejó sus huellas e invadió otros cuerpos, sin desestimar que pudo ser peor.

“Me paso la jornada entera parado, abriendo y cerrando la puerta. A veces saludan y dan la mano. Las cajeras manejan el dinero. Pero, no sé la fuente de infección. Si no me hubieran hecho la prueba, estuviera trabajando, como si nada. No me sentía algo." Dicho así, uno se cuestiona cuántos andarán con la enfermedad, ajenos a ella.

“Nos llevaron el 12 de enero para el Hospital Provincial Roberto Rodríguez, de Morón, al cual llegamos pasadas las 9:00 de la noche. Nos pusieron la primera inyección de Interferón y, a los dos días de eso, una doctora preguntó quiénes se habían hecho PCR el día 8 de enero, a lo que respondimos ‛nosotros’. Nos volvieron a realizar el PCR y todos resultaron negativos.”

Sin embargo, Oscar y sus tres compañeras, porque se suma una trabajadora infectada del Banco Popular de Ahorro de Majagua, vivirían un disgusto cuando, después de recibir el alta clínica en Morón (a los dos días de estar allí), montar en la guagua y llegar a casa, se desaprobaría aquella decisión por las autoridades sanitarias de su municipio.

“Pensaron que nos habíamos fugado del hospital, porque no podían soltarnos con un solo Interferón puesto. Debían cumplir con el ciclo completo del tratamiento, que serían cuatro, en nueve días.” Vuelven los cuatro a armar las valijas y son llevados para el motel Las Cañas, en la capital provincial, donde a los dos días les hicieron el otro PCR, todos negativos.

Y para sus viviendas, una vez más.¿Se recuperaron con un solo Interferón?, pregunto a Oscar, a lo que responde: “eso parece”. Su esposa, diabética e hipertensa, a quien nunca le faltó un nudo en la garganta y en el pensamiento, confiesa que “ni ellos mismos se explican lo sucedido”.

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Por cierto, Mairely y Erika Rosado Díaz, su nieta de 12 años, asmática, se aislaron en el apartamento y ninguna se contagió. “Cuando mi esposo vino de alta a los dos días de haberse ido, cosa que siempre encontré muy rara, se metió en un cuarto con lo necesario, desde la cuchara hasta los nasobucos”, relata.

Para el majagüense, que vio padecer a los ingresados junto a él en Morón, unos con pérdida del olfato y otros del sabor, es importantísimo no cerrar las puertas a los consejos sobre la responsabilidad; ahora más que, nuevamente, empezó a trabajar. Aunque Mairely delata el temor de Oscar: “el primer día que fue para el banco dijo ‛ahora sí voy asustado para allá’”.

En esta historia, por suerte, todo pasó sin males mayores y ningún familiar o compañero de los enfermos (en dos bancos) dio positivo.

— ¿Recibió apoyo su esposa durante esos días de tormento?

— Sí. Enseguida le pusieron un mensajero. Le trajeron una caja de pollo, aceite, detergente, le alcanzaron el pan, la leche… Y así fue durante los 14 días antes del alta epidemiológica. Mucha preocupación por la familia.

“¡Cómo olvidar esas tres pruebas de PCR que me llegaron a la cabeza!”, expone y sonríe. En ese instante, por la carretera, el transporte habilitado para el traslado de pacientes de la COVID-19 en Majagua. “Veo las guaguas de la COVID-19 y me erizo”, indica y, de nuevo, sonríe.

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