Este 14 de julio la Terminal Ferroviaria de Morón llegó a su aniversario 95, pero poco había que festejar. A pesar de los intentos por resarcir sus heridas, el inmueble mantiene la tendencia al deterioro y sin perspectivas inmediatas de recuperar su lozanía.
A principios de año Invasor reportaba el inicio de las reparaciones, sobre todo, en la cubierta, aunque las siguientes etapas concebidas no tuvieron el seguimiento adecuado, por la cual la emblemática construcción sigue detenida en el tiempo, a diferencia de sus males. Esos sí que no disminuyen.
Datos expuestos en anteriores trabajos periodísticos refieren una sobrecarga en su uso por la prestación de servicios a la Empresa Provincial de Transporte, la cual paga un arrendamiento por el local bastante bajo, y por tanto, insuficiente en el afán de emplear dichos fondos en la preservación del inmueble.
Se ha pensado en la construcción de una nueva terminal, pero ahí no radica la solución. De lo que se trata es de salvar el edificio con la mayor premura y que, una vez recuperado, pueda ofrecer mejores servicios a los viajeros sin distinciones del medio que deseen utilizar.
A principios de año la situación del techo era crítica.
El añorado rescate no será empresa fácil, porque demanda un presupuesto de envergadura que no solo debe proceder de las contribuciones del municipio y de la entidad.
A la par de lo económico, existen otros factores que deben tenerse en cuenta, entre ellos, el control de aves migratorias, justo cuando las golondrinas han tomado al sitio como su palacio predilecto, y no hay quien las desaloje.
Cuenta el experimentado ferroviario Raudel Piñero Pardo, que tuvieron un contrato con especialistas en el control de vectores, mediante el cual pagaban entre 6 000.00 y 7 000.00 pesos mensuales para que las golondrinas y los murciélagos abandonaran el área.
Y así sucedía cuando cerraban la terminal y fumigaban. Las aves y el mamífero volador se iban por un rato, pero a las tres o cuatro horas retornaban a sus habituales escenarios. Vale aclarar que la intención no puede ser el exterminio de los indeseables huéspedes, sino encontrar la alternativa para que no colmen de suciedades la terminal, variante que, por ahora, nadie ha conseguido, ni siquiera, el intento de ahuyentarlos con el sonido de un gavilán, que llegó a amplificarse por el audio de la estación.
Reconocida con el Premio Nacional de Conservación en el año 2010, a esta obra la acechan peligros superiores, entre ellos, la morosidad en unir acciones para restañar sus daños, a lo que se suman las indisciplinas sociales que atentan contra ese entorno.
Con la entrada de esta madera, mejoró la situación de la cubierta, pero otras fases de la reparación siguen pendientes.
A pesar de que el servicio de limpieza existe, el cúmulo de suciedad resulta superior dentro y fuera de la estación; además, en sus áreas abundan los perros callejeros, el parque que le queda al frente no tiene el mejor cuidado, y en las zonas colindantes predominan basureros y enyerbamientos.
Es obvio que, con los presupuestos actuales, poco podrá hacerse, de ahí la urgencia de buscar decisiones que generen un cambio radical, entre ellas, iniciativas de desarrollo local que vinculen al amplio sector cuentapropista, abundante en esa zona, ampliar las opciones comerciales y gastronómicas para incrementar las recaudaciones, más un elemento clave que en Morón tiene un peso vital: el vínculo con el turismo y el consiguiente ingreso en divisas.
La Ciudad del Gallo trasciende en Cuba por el sentido de pertenencia de sus habitantes, el amor a las tradiciones y a sus símbolos. No sería justo que, en pleno siglo XXI, a cinco años de su centuria, se deje a la deriva una construcción que aporta belleza y utilidad a la mayoría de quienes viven o visitan ese terruño.
Un poco de vergüenza debieran tener quienes han dirigido Morón durante todos estos años.