Esta frase se ha hecho recurrente, la escucho más de lo que quiero y sé que, como tantas otras que sostienen actitudes de posesión, puja por instaurarse en nuestro entorno.
Contrario a lo que puede parecer, no es referida a niños ni jovencitos, algo que ha estado últimamente al centro del debate entre cubanos; lastimosamente, de quienes la he escuchado hablan de sus ancianos.
No sé en qué momento, sin darnos cuenta, esos sentimientos comenzaron a hacer nido en la mente y el corazón de muchos hijos y parientes de algún adulto mayor, quien, aún gozando de facultades físicas y mentales, ya ha tenido que sufrir la penosa realidad de no disponer de voz ni voto a la hora de decidir hasta su propio destino.
Ancianos hay que cuidan de sus nietos, ayudan a sus hijos con dedicación, aportan a la economía del hogar como si el tiempo no hubiera pasado por sus vidas; sin embargo, a la hora de tomar decisiones nunca son consultados, y si se aventuran a reclamar chocan con la prepotencia que los desoye y minimiza.
Eso puede suceder lo mismo a la hora de ofrecer un consejo u opinión respecto la crianza de los hijos, cambios dentro del hogar, que a la hora de disponer de sus bienes, de ocupar un espacio deseado para su mayor comodidad, y hasta para mudarse de casa, barrio y provincia.
No se mandan porque siempre prima la decisión de los hijos, porque si desean cambiar de casa lo harían, aunque el anciano se niegue a abandonar su casa de toda la vida y hasta lo tildan de egoísta porque no quiere complacer a sus hijos que se empeñan en dar curso a sus anhelos, quiera el viejo o no.
El hecho de alcanzar la alta edad no trae implícita de ninguna manera la pérdida del poder de decisión de nuestros ancianos, aunque cada día nos tropezamos con muchos de estos ejemplos nada loables.
Resulta condenable que muchos ancianos tengan que guardar silencio porque sus reclamos nunca sean escuchados, porque se desdeñe su valiosa opinión, porque se les regateen sus derechos, esos que se han ganado por vivir sus vidas al servicio de sus hogares y familias; y lo que es peor, que estas actitudes se sostengan con la detestable idea de que ellos no se mandan.