Celebrar esta existencia

El 27 de septiembre nuestro entrañable José Aurelio Paz hubiera cumplido 71 años; que los fragmentos de esta crónica, contenida en su libro Cadáver Público, sirva de recordatorio y celebración por su existencia, que se me antoja, no ha terminado.

Gente de papel

Frente al viejo periódico, enfermo del polvillo que deja el tiempo y la humedad del Caribe, estornudo y pienso: “Ayer éramos gente de papel, hoy somos gente de ‘bytes’, esa manera misteriosa de contar el ‘peso’ de un documento Word, en una computadora, como quien cuenta los frijoles mágicos de Jack”.

Fuimos amigos de enormes diccionarios y enciclopedias, manoseados hasta la saciedad de manera colectiva. Hoy somos animales solitarios de Internet, esclavos de los buscadores, esos sitios que tan fácil te hacen el trabajo y también te engañan, a veces, cuando con solo escribir una palabra en su provocadora ventanilla te vende todo un mar de textos, lo mismo en portugués, que en español, quechua, inglés o chino.

Tengo ante mí la primera edición de este periódico y la miro como un templo. En su machón aparece que fuera publicada el 26 de julio de 1979. Treinta y cuatro años atrás. Me siento Indiana Jones frente a un papiro que explica por qué una palabra tan prostituida como la de “Invasor”, aquí adquiere un espíritu nuevo, de sacrificio y entrega, si resume la amorosa terquedad, primero de Gómez y de Maceo, y luego de Camilo y Che, de llevar la fragua libertaria de una punta a otra del país. (...).

(...). Cuando circuló ese NÚMERO UNO, AÑO UNO, estaba yo en la matriz quizás de Invasor, sin soñar siquiera ser parte de esta buena manada, si solo meses después de su alumbramiento fue que comencé a colaborar y colorear esta ilusión. De manera que tuve que recurrir a compañeras fundacionales, aún presentes en la Redacción, para desentrañar los bisoños rostros de entonces, sin esconder el escalofrío que se siente al hurgar en el pasado.

(...). Cuántas ediciones resumen logros y erratas, como la vida misma, que se construye sobre el ejercicio simple de vivir el día a día asumiendo riesgos.

(...).

Digo que hoy no sabemos si somos gente de papel o de “bytes” en este conflicto existencial que trae la modernidad. Pero sí estoy convencido de que el corazón no muta. Ese que, como la Bandera o el Escudo, permanece en el lado izquierdo del pecho. No reciclables. No reemplazable. El que sube danzando la cuesta si se acompaña del buen vivir y baja, fatigoso, cuando el alcohol o el humo lo envuelven. (...).

Un corazón medieval, en medio de las tecnologías, con llaves y cerrojos aún mohosos por el amor y los desamores, dispuesto a cortarse las venas ante un bolero de victrola o capaz de gritar con todas las fuerzas de sus latidos que la vida es bella, como el filme, y bien vale la pena esta irrevocable aventura de emprender, cada mañana, el incierto camino de la esperanza y el beso.


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