No hay obstáculos que abrumen las verdaderas ganas de ayudar. Así lo demuestra Orlando cada día, desde hace seis años, con la convicción de ser feliz regalando la leche de sus vacas a quienes más la necesitan
La rutina de Orlando Rodríguez Medina es sencilla. Se levanta bien temprano, ordeña sus vacas, monta en su fiel y destartalada bicicleta las cantinas de leche fresca y sale a pedalear por ahí. Tranquilo. Por el camino, a veces se cae y se lastima, o tiene accidentes —como con aquel “tur”—, se le rompe el caballo de la bicicleta, se poncha una goma. Pero sigue. Hasta que recorre la ruta trazada la noche anterior, antes de quedarse dormido: hoy para el asilo El Asiento, después para un barrio.
Emprende un recorrido de 10 km; con cada litro de leche que entrega es más feliz; porque siente que ayuda a la comunidad, porque sabe que a los demás les hace falta sonreír a cada rato, así de repente, como niños sorprendidos. Y que venga la sorpresa por la calidad del líquido que reparte gratis y no de los precios que le ponen a un litro en la calle, que puede ser 30 pesos.
El 30 de marzo, a las 10 y 30 minutos —su memoria es minuciosa— Orlando entregó el litro (L) 10 000, al policlínico Julio Castillo. Tardó cuatro años en esa meta autopropuesta; y cree que lo hubiera logrado antes, si la COVID-19 y los achaques de su bicicleta no lo hubieran retrasado.
“2021 fue un año para mí en que pude haber llegado a los 10 000. Porque ya no tenía plan de leche. En el 2020 me pusieron un plan, no tenían que ponérmelo, pero bueno, me lo pusieron y yo sobrecumplí con 3 522 L de leche. Después en el 2021 ya presento problemas con las gomas de la bicicleta, y tampoco pude donar casi. Vaya, tenía que depender de personas que me ayudaban. Por ejemplo, tenía un amigo ponchero, que si yo me ponchaba entre sábado y domingo él me cogía el ponche”.
El asilo del Asiento y el de Chambas, el materno, el círculo infantil, varias circunscripciones y el policlínico reciben cada día, aleatoriamente, entre 30 y 40 L. Orlando se encarga de llevarlos personalmente, y antes, cuando cumplía los planes de la CCS 17 de mayo —a la cual pertenece—, hacía dos viajes diarios, para abastecer por las tardes a aquellos lugares y personas que se encontraban en su segundo plan, el de la solidaridad.
“Vaya, me motivé a hacer eso porque a muchos les hacía falta, incluso el presidente pidió todas estas cosas, lo que es la alimentación del pueblo, y entonces yo dije ‘bueno, hay que trazar una meta para ayudar a todas esas personas’. Además, le gusta hacerlo bien. ‘Si yo te voy a regalar a ti leche, ¿para qué yo tengo que echarle agua? Tú puedes salir a preguntar, la gente confía en mí. Es muy bonito eso de que todo el mundo se sienta bien’”.
—¿Gracias a cuántas vacas puedes entregar tantos litros de leche?
—Tengo 12 vacas nada más. Porque yo soy Cría y Desarrollo, y entonces el propósito mío es mantener las crías en buen estado. En la cooperativa me llegaron a decir ‘óyeme, no puedes seguir donando porque tú tienes que seguir dándole el alimento a las crías’. Pero bueno, lo que hay que ver es cómo yo las tengo. Yo pienso que un ser humano necesitaría más que las crías, porque ellas tienen otras cosas más que se pueden comer, como pienso, pero los viejitos… a ver, muchas familias tienen viejitos encamados y cuando la gente tenía COVID eso les traía su problema en el estómago y así. También llegué a donar mucho yogur, que fueron 500 L al policlínico y a Aguas Azules, que fue centro de aislamiento.
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Orlando es cálido. Habla a través de las manos y la apertura de sus ojos oliváceos: si se inquieta, los abre lo más grande posible; si dice que una vaca vieja lo fajó, se pone “chinito”; y cuando sonríe los cierra muy apretados, sobre el par de mejillas prominentes rosadas por el sol. A veces, cuando le pregunto una cosa, me responde con otra, y así fue como llegó a hablar sobre el porqué de los problemas de producción.
—Tenemos problemas con la leche, principalmente este municipio. Tienen a muchas personas en lo que es cría y desarrollo, y yo mismitico hablo y digo “¿por qué tengo que tener cría y desarrollo si estoy al lado de la carretera, si esas personas que tienen toros están al lado de la carretera y no entregan?”. El Estado parece que no se ha dado cuenta. Yo ahoras días hablé así y di mi opinión por eso; dije “mire, las vaquerías están llenas de vacas particulares, el problema de la leche no está en el precio, de que lo subo y subo, sino que las tierras del Estado tienen que ser para leche, vaya”.
“Yo pienso que debe ser de esa manera. Los campesinos humildes son los que están en el monte, y tienen que venir a entregar la leche, y entonces en la carretera están los jefes. Todo eso lo di por escrito”.
Haciendo cálculos, Orlando podría estar amasando ahora mismo más de un cuarto de millón de pesos, si hubiera vendido la leche por ahí, en vez de donarla. Quizás pudiera cambiar la bicicleta, evitar caídas —que tanto le afectan la sacrolumbalgia que padece— y viviría tranquilamente su retiro, cuidándose la diabetes y la próstata.
Afortunadamente, alguna vez este hombre se habrá hecho una pregunta: ¿quién los va a ayudar? A esa madre soltera, al señor de 90 años, a la enferma, a los niños. ¿Quién los va a ayudar? Y por suerte, también encontró en sí mismo parte de la respuesta.
Para vivir, Orlando vende las crías al Estado. Para seguir adelante, piensa en positivo. “Sigo donando y si pudiera seguir, sigo. Me siento satisfecho. La salud que no me acompaña mucho… pero bueno, vamos ahí. A seguir, hasta el desenlace final”.
Así va cultivando diplomas y agradecimientos. Rigoberto Hernández Castillo, uno de los vecinos cuya madre se encuentra en una situación de vulnerabilidad, lo conoce bien y le dedica esta décima:
El hombre que soy no sabe
de su tiempo más que el modo
de ser útil. Aquí todo
enigma tiene su clave.
El hombre que soy no cabe
donde el brillo hace lugar.
En mi pecho tiene hogar
lo más limpio de la tierra.
El arroyo de la sierra
me complace más que el mar.
—¿Todo el trabajo en su finca corre por su cuenta?
—Yo en mi finca estoy solo, no tengo negocios con nadie. Todo lo hago. Y le voy a decir algo, aunque usted no lo crea, yo no he faltado ni un día a mis vacas. Estando como esté, estuve con la COVID y fui a ver a mis vacas. El ordeño del ganado tiene que ser a la perfección. Yo iba a verlas por la mañana y por la tarde en esa bicicleta. Ahora no, porque tengo problemas de salud. Me voy temprano p’allá y viro a eso de las dos y pico o las tres de la tarde.
Hasta el patio del Museo, donde hablamos, llegaban los silbidos y canturreos de los pajaritos enjaulados de una casa vecina; la intensidad de este pequeño concierto en conjunto con la caricia del viento y las sombras de las arecas, recreaban un marzo en primavera. En ese ambiente que le favorecía, Orlando seguía hablando de sus vacas, en una de esas conversaciones que parecía tener consigo mismo delante de mí.
“En los años 90 tuve un par de vacas que daban 60 L de leche entre las dos. Eran muy buenas. Me costaron a mí, a ver..., cuando aquello valía... 10 000.00 pesos y la gente me dijo ‘tú estás loco, cómo tú vas a dar eso’. Y la verdad es que ahí conocí más de vacas todavía. Pero una de esas vacas mías era muy buena. Eso lo conoce todo este pueblo. Una vez la llevaron a la pista y se ordeñó y dio 24 L de una sola vez, y hasta paría de jimaguas. Fue un acontecimiento, la querían llevar a La Habana, vaya.
—¿Y cómo se llamaba la vaca?
—Millonaria —Y entonces los ojos se le pierden otra vez tras los cachetes.