La lucidez de sembrar

A Coco la cordura le sobra para llevar, con la ayuda de Ramón, un organopónico completo, enclavado en la comunidad de Patria, en Morón

Julio de Armas Castillo no quiere que le digan loco. Desde hace tiempo se ha ganado ese “atributo” por su absoluta franqueza, y porque a nadie “con dos dedos de frente” se le ocurriría dejar una carrera profesional en la música, con trabajo estable en la cayería Norte, como hizo Coco (por Julio casi nadie lo conoce), por la vocación impostergable de sembrar. Gente buena esa que es capaz de tanto.

Pero resulta que Coco tiene la frente bien despejada, y la cordura le sobra para llevar, con la ayuda de Ramón, un organopónico completo, enclavado en la comunidad de Patria, en Morón. Como si fuera la palma de su mano, conoce cada centímetro que tiene sembrado allí: las dimensiones de sus canteros, los cuidados de cada planta, la variedad de cada semilla, y lo mucho que se suda desde que se abre la tierra hasta que las hortalizas se van en otras manos.

“Esto no estaba así cuando yo llegué hace cinco años. Tuve que mover todos los canteros porque medían 20 centímetros más de lo que debían, y la tierra estaba muy dura. Lo electrifiqué y lo arreglé todo, y ya me han dado dos veces la Excelencia Nacional”, cuenta sin parar de caminar, con el orgullo que no se puede evitar sentir de lo “reverdes” que se ven sus verduras.

sembrado

• Más ejemplos como el suyo hacen falta ante el panorama que cuenta Invasor en Agricultura marchita.

No menos podía esperarse, si, antes de todo eso, ya había cosechado un tomate de tres libras en el patio de su casa, de tanto empeño que tenía.

“Todo lo que está hecho aquí tiene un porqué, aunque la gente piense que es una bobería. Por ejemplo, nosotros no trabajamos con químicos, por eso abonamos con estiércol y tenemos que sembrar plantas plantas repelentes, para evitar plagas.”

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Un quinquenio y varios certificados después, Coco abastece las cocinas de escuelas, círculos infantiles, hogares maternos y del hospital de Morón. Más de un cocinero en apuros viene cada día por el cebollino o los ajíes que le regala Coco, para darle “un gustico” a la comida de otra forma casi insípida que comerían los niños de las escuelas cercanas.

Coco es así, se entrevista solo y no deja tiempo para preguntarle; escucha Haciendo radio todas las mañanas y entiende todas las coyunturas; tiene una casita de tablas que quiere mejorar con lo que le saca a la tierra, que no es mucho, por los gastos que contrastan con lo que puede pagar un círculo infantil y por no querer venderle “a los bandoleros que le revenden al pueblo”.

“Yo he llegado a ganarme aquí, por cada libra de lechuga que le vendo a Acopio a 90 centavos, no más de cinco centavos. ¡Y eso era cuando me descontaban nada más que el cinco por ciento para los tributos!”

De todo, lo que más le alegra es la prosperidad de su comunidad, aunque sea solo una nueva canasta de baloncesto, o le busque problemas, como el día que regañó a los muchachos que “estaban desbaratando el gimnasio biosaludable de la plaza”.

Y lo único que lamenta es no tener un huequito en la agenda para llevar a sus niños más a menudo a tomarse un helado en Morón. Realmente él pudiera tener más tiempo libre, y sus manos “limpias, sin manchar”, gracias a las 120 canciones sobre las que tiene derechos de autor, pero le gusta mucho lo que hace. A lo mejor eso también parece descabellado. Yo a Coco lo veo más lúcido.

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Comentarios  
# Roberto 11-03-2020 13:03
Gente buena el Coco, trabajador y optimista. También realista y trabajador. Si hacen falta muchos como Coco, no sólo en Patria. Donde si está perdido es en la pelota. Jajajajaja...cada mañana hacíamos nuestra peña a la espera de la guagua para Cayo Coco.
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# la nube 11-03-2020 18:54
Qué gratificante leer historias de gente sencilla, locos de las matas de cocos que no se cansan de hacer. Felicidades a Amanda, que está puliendo y muy bien el arte de escribir. Enhorabuena.
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