Un diploma, aplauso o reconocimiento público, como acciones emulativas, han perdido el significado de antes, quizás porque se ha “relajado” esa práctica que tanto tiene que ver con la formación del trabajador que requiere nuestro país. Estimular pierde entonces excepcionalidad y la varilla de aptitudes baja.
Sin embargo, hace apenas cuatro meses, participé en un encuentro, en el que, por encima de cualquier —mal— agüero, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Construcción (SNTC) buscaba cómo, junto con el Ministerio de la Construcción (Micons), revitalizar el Movimiento de Vanguardista de la Maquinaria, que tuvo momentos de esplendor en la década de los años 80, de la pasada centuria, y el Movimiento Maestros de la Construcción, con más de 15 años de experiencia.
En el primer caso, se trata de choferes, operarios y operadores quienes, desde hace décadas, garantizan el funcionamiento de medios de transporte con 20, 30 y 40 años en explotación, incluso para algunos ya ni se fabrican piezas en el mundo. Parte de los resultados de las empresas del ramo recaen en estas fuerzas de puntería, que “hacen magia” con la vieja técnica, al ser responsables de sostener la mecanización.
Por su parte, el Movimiento Maestros de la Construcción, que agrupa con esa condición a más de 1 000 trabajadores del sector en todo el país, necesita continuar reforzando el estímulo material, que tan difícil se hace en estos tiempos, revisar detalladamente en cada territorio el uniforme exclusivo de los acreedores de tan alta y selectiva designación (colores, grados, diseño y cantidad de piezas), fomentar aún más el vínculo de los obreros distinguidos con los jóvenes, así como ir hasta la familia y el barrio del Maestro, donde también debe reconocérsele.
El mayor aporte de estos replicadores del saber está en apoyar la superación de los choferes, operadores y operarios, en temas como los valores; en garantizar la calidad y estabilidad en las obras constructivas, y en trasmitir sus conocimientos sobre oficios que, como el de los buldoceros, en la actualidad ni siquiera se ofrecen en escuelas politécnicas.
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Queda claro que hay que imbricar con inteligencia y sistematicidad ambos movimientos, pues con ellos, además de prestigiarse el sector, se incentivan la superación y el enaltecimiento entre grupos de trabajo e individuos.
Conjuntamente, en otras empresas y organismos estatales, debiera extenderse esta experiencia de promover la superación a partir del ejemplo de otros, en tiempos en los que las carencias son también morales. Sigue siendo la estimulación un hermoso camino para construir valores éticos capaces de enfrentar los retos que imponen un férreo bloqueo económico, la corrupción y el burocratismo.
Un diploma al verdadero honor, medallas, banderas, la colocación de los retratos y obra de los Maestros en museos (como el de Varadero, en Matanzas), por ejemplo, debe volver a distinguir lo sobresaliente de lo normal, con ciertas formalidades que solo hay que buscarlas en la propia historia cubana. Y de ahí, extender la experiencia a cualquier sector de la sociedad, que todos tienen sus vanguardias.
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