Este mes llega a siete décadas de vida con un historial resumido en su condición de Cincuentenario de la Construcción, pero que abarca mucho esfuerzo en obras vitales para Cuba
RigobertoPara no perder el hábito, cultivado por más de 50 años de trabajo, Tomás creó un pequeño taller en su casa En su rostro quedan huellas de tantos días bajo el sol, en agrestes parajes, lejos de casa y con la comodidad echada al olvido. Construir fue su meta durante más de 50 años.
Tomás Pérez Suárez nació en Artemisa, acompañado por Josefina, su hermana jimagua. Allá transcurrió su infancia, junto a otros cinco hermanos y los padres, con quienes aprendió que el amor a la familia y la responsabilidad con el trabajo han de ser perennes.
Sin embargo, el apego al campo no fue como lo esperaban sus progenitores. El ordeño de vacas, que era el punto fuerte del padre, le resultaba menos atractivo que las oportunidades creadas por la naciente Revolución y decidió aprovechar la suya. Sería constructor.
“Comencé el 13 de marzo de 1967, en la Unidad 3 del Ministerio de la Construcción, ubicada en Ciudad Sandino, Pinar del Río. Participé en la terminación de ese poblado. Era cooperario, un trabajo muy duro. Imagínate que mi salario era de 81.96 pesos al mes, ganados con el pico y la pala, tirando concreto a mano, pero para mí era una fiesta por la juventud que tenía.”
—Pinar del Río está muy lejos de Ciego de Ávila. ¿Cómo vino a parar a esta provincia?
—Ese proceso fue largo. De Sandino pasé a una escuela taller en Mantua, y en 1968 fui escogido para la Escuela Nacional de Cuadros de Mando de la Construcción, donde permanecí hasta finales del 70. No fue fácil aquella etapa, porque, a la par de los estudios, en varias ocasiones nos movilizaron para reparar centrales y cortar caña durante la Zafra de los 10 millones.
“Cuando me gradué como jefe de obra, fui incluido en un grupo de 70 alumnos para reforzar la Brigada Comunista de Construcción y Montaje encargada de construir la Planta de Fertilizantes de Nuevitas, en Camagüey, donde permanecí hasta 1973.”
De aquella etapa recuerda que no todos sus colegas soportaron la lejanía del hogar y las dificultades propias de quienes viven albergados. Además, las faenas tendrían continuidad en otros territorios.
“En el mismo año 1973 se formaba en Ciego de Ávila la Brigada de Construcción y Montaje Industrial, y a ella nos integramos varios de los que procedíamos de Camagüey. Nuestra primera obra fue el lavadero de naranjas, donde ahora radica la embotelladora de cervezas La Palma, en la zona de Ceballos.
“Después pasé a una central eléctrica en Vicente, a las fábricas de torula de los ingenios Venezuela y Primero de Enero, y, en este último municipio, laboré en la construcción de la entidad productora de tableros de bagazo.
“En Ciego de Ávila participé en la cimentación del edificio previsto como Pediátrico, en el taller de electromedicina, en obras para la defensa y en el Frigorífico número Dos, además, en la planta de cera de Ciro Redondo y en los canales trasvase Zaza-Camagüey y el Magistral del Sur de Jíbaro.”
Hoy Tomás no tiene su salud como lo desea. Por un padecimiento cardiovascular fue operado en el año 2011. Gracias a eso se salvó, pero las secuelas lo asedian. Claro, la memoria y su verbo siguen muy activos.
“Estuve en la primera ampliación del Hospital Provincial Doctor Antonio Luaces Iraola, un lugar en el que no se ha dejado de trabajar. En él ha habido de todo, desde faenas mal hechas hasta indisciplinas de la población que acaban con lo que hacemos. Sí me satisface que la parte nueva de Especialidades quedó amplia, ventilada, agradable a la vista.”
—No obstante, la construcción presenta muchas dificultades. ¿Qué opina al respecto?
—Pienso que hay que correr para formar operarios, jefes de obra, carpinteros, albañiles, plomeros. Para que esto prospere hay que resolver el problema salarial. Hoy las tasas de pago son muy bajas y no se corresponden con el esfuerzo.
“La mayoría de los constructores madruga, incluidos los albergados. Luego salen en un camión hasta llegar a la obra, empiezan a trabajar hasta las 5:00 de la tarde y después de la jornada emprenden el retorno.
“Tampoco existen diferencias en el pago de acuerdo con los lugares donde se trabaja. Vale lo mismo lo que se hace en una zona céntrica que en un sitio intrincado.”
—¿Cómo valora la utilidad de las obras en las que trabajó?
“A todas les veo utilidad, menos a la planta de cera, que dio pérdidas; sin embargo, es lamentable la poca utilidad del canal Zaza-Camagüey, que ya posee 39 kilómetros con agua para regar hacia su parte sur, pero no existen sembrados, se sigue regando agua con los pozos sin aprovechar esa facilidad. Estimo que en ese canal existen de 80 a 100 millones de pesos enterrados sin darle valor de uso.”
Esos criterios no son nuevos. Los ha planteado en varios escenarios, pero el avance no se aprecia todavía, razón para que sus palabras sigan reiterando una verdad que, de solucionarse, ayudará con creces al país.
Como la salud no lo acompaña, el constructor cincuentenario se jubiló hace más de un año, en cambio sus conocimientos siguen prestos a brindarse. Por eso a menudo lo buscan para asesorar en diversos temas y, cuando eso no ocurre, se entretiene en un taller que preparó en su casa. En él tiene las herramientas que siempre le acompañaron y el espacio idóneo para demostrar, a pesar de los achaques, su capacidad creadora.
Dice que la salud ya no es la misma. Pronto cumplirá 70 años, pero el espíritu de constructor sigue vivo en Tomás Perez Suarez.
Posted by Rigoberto Triana Martínez on Sunday, November 24, 2019