Cuando pensábamos que, de nuevo, al coronavirus solo le quedaba su adjetivo de epílogo, y que nada podría estrenarse en la curva de asombros y miedos, volvimos a un punto que ni siquiera podríamos llamar de regreso o de retorno. Porque dos semanas de rebrote con 94 casos se equipararon a tres meses de pandemia y ahora, para colmo, se nos dispersó el riesgo y la incertidumbre: la cadena argolla los 10 municipios y las imprecisiones del contagio no permiten trazar siempre la ruta crítica de la COVID-19, volviéndola, precisamente por eso, más crítica aún.
Entonces el virus, que acostumbra a traducirse en curvas, refleja un pico al que ninguna meseta parece hacerle descansar y llega por Orlando González a Venezuela y de ahí a Ciego y luego sube al Norte… e importa menos hacia dónde va o por dónde vino porque sigue cuesta arriba, con cifras que se superan a sí mismas cada día y oscilan, por ejemplo, de siete a 37, en apenas 24 horas.
Al final, todo nos parecerá una parábola si asumimos que las restricciones agudas deben llevarnos a eliminar la transmisión y en un futuro ¿cercano? cualquier gráfico avileño nos dibujará de esa forma. Pero al mismo tiempo, parábola significa enseñanza… y amén de que el tiempo para aprender fue suficiente en escarmientos, confirmados, fallecidos, prolongadas cuarentenas y casi 100 días de “inmunidad”, tenemos que asumir que esta “segunda oportunidad” nos exige re-valorizar la vida y empeñar el esfuerzo porque muchos pudieran no tener, siquiera, una segunda escapada.
Bien sabemos que Cuba no escatima en costos materiales y que el límite de un PCR estaría en la capacidad del laboratorio y no en el valor de su importación, por lo que desde cada rincón debemos retribuir tal política con nuestro aporte, para que al esfuerzo de unos se “anteponga” el esfuerzo de otros. Y mientras, habrá que lidiar con el hecho de que una doctora, por ejemplo, salga de una guardia de 24 horas y al llegar a casa no tenga el huevo del almuerzo y tenga a un padre envejecido que no salió y a un esposo que sí salió y tampoco alcanzó las croquetas que vendieron.
Tendremos que hacerles entender a nuestros hijos (y a algunos padres) que no estamos de vacaciones, que si en la escuela usaron el nasobuco obligatorio y las mesas se espaciaron, en el barrio no deben irse a jugar ni a media mañana.
Quienes explotan el teletrabajo deben estar clarísimos de que la comodidad del hogar no ha de suponer un resquebrajamiento de la eficiencia y que el cuarto es hoy la oficina desde la cual se empuja un país. Que se empuja con más fuerza, claro está, en el campo, donde los hombres se levantan antes que el Sol para que los plátanos aumenten el menú y los melones alivien el calor.
Tienen que sentirse importantes como el cirujano, la dependienta de una farmacia y la mujer que vende mermelada encima de un camión por toda la ciudad; el que desinfecta un pasillo del hospital y el que, a las puertas de una tienda, ni siquiera te permite administrar el desinfectante para asegurarse de que no te eches solo un chorrito.
Los avileños de las industrias con plantillas estrechas deben redoblar esfuerzos, aunque la idea de “hacer más con menos” luzca contradictoria en primera instancia y la vitalidad de un servicio termine dependiendo de horas extras, a causa de un colega que tuvo que quedarse en casa.
Si coincidimos en que lo imprescindible es la vida, gracias de antemano tenemos que dar a los médicos que nos sanan y a los que nos evitan la consulta con esa suerte de profilaxis contenida en una campaña de bien público o en la pesquisa que actúa casi pre-meditadamente. Admiración y respeto para los agentes del orden que nunca antes se habían desplegado por toda una ciudad, casi uniformada cuando cae la tarde y la reclusión se vuelve silencio.
Fuerzas le insuflamos a los que duermen poco y van de un lugar a otro chequeando y señalando para que al final del día problemas minúsculos no crezcan hasta convertirse en grandes, y los informes sean más lo que se debe transformar y no lo que se quiere escuchar. Y el control sea tan preciso como la indicación y la cadena de (i)rresponsabilidades no tense la cadena de contagios, dejando eslabones sueltos.
A estas alturas, solo el esfuerzo individual y colectivo impedirán que la directriz de esta parábola siga creciendo en línea recta, vertical… para que la ciudad comience a ser, otra vez y definitivamente, una curva descendiente deslizada en el horizonte.