Editorial: Endeblez que no admite espera

Algunos pretendieron repensar la producción artística como un acto autónomo, desprovisto de vínculos con otras realidades. Algunos creyeron en la posibilidad de producir imágenes artísticas enclaustrados, aprisionados y protegidos en una imaginaria campana de cristal y sin pensar en el otro, o mejor, en los otros.

Pero lo cierto es que ninguna experiencia individual o colectiva de los creadores artísticos y literarios encontró la fórmula mágica que permita desentenderse del público, espectadores, lectores, receptores o consumidores, según sea el caso y quien los nombre. 

A estas alturas, el carácter social de la producción artística pasa por el tamiz de los vericuetos económicos, en grado mayor que en otros tiempos, de modo que aquí también se necesita ciencia, ciencia económica, para que ni creadores, ni productores y comercializadores, ni consumidores, queden a mansalva.

Sin embargo, los mecanismos en boga, y aquí nos referimos ante todo a la realidad de la provincia, muestran divergencias que es preciso superar, pues resulta del todo incompatible con la política cultural de la Revolución que haya incoherencias entre la calidad del producto artístico (y aquí calidad se asocia a vocablos insustituibles: originalidad, autenticidad, humanismo, valores…), la misión ideológica y estética que debe cumplir en el público al que se enfila y el modo en que se comercializa y remunera, sin obviar la rentabilidad y sustentabilidad de las producciones.

La falta de un entramado eficaz que piense y repiense los procesos de comercialización y consumo cultural, impacta la vida artística del territorio. Será preciso cortar por lo sano para establecer las coordenadas acertadas, las que eviten la sobrevaloración de lo que, a duras penas, puede ser considerado arte y soslayen lo que corre el peligro de no ser consumido, pese a sus valores, y por falta de previsión o desorganización de los procesos. 

El abismo que se aprecia entre los creadores y el público pasa por la endeblez de la comercialización de la producción cultural. ¿A quién y de qué modo corresponde eliminarlo? ¿Cuánto ha de esperarse?

Más allá de las respuestas, lo cierto es que se trata de una realidad que entorpece y dificulta la misión insustituible de la creación artística: enriquecer y fortalecer las fibras espirituales del ser humano.