Son las 10 de la mañana en Ciego de Ávila. Afuera cae una lluvia pausada y fría. Dentro, en el interior del estudio, los pinceles secos descansan junto a un lienzo aún a medio terminar. Hace falta más óleo, pero el dinero no llega.
Entre los pagos atrasados y el costo de los materiales, pintar es para muchos una terquedad creativa, un oficio que subsiste más “por amor al arte” que por su rentabilidad económica.
No lejos de allí, el aguacero golpetea el techo de cinc de otra casa. El ruido discorde provoca una sensación de asfixia, o al menos así lo percibe un oído acostumbrado a la música, a hacerla y a escucharla.
Sin embargo, el sonido que debió llegar hace meses, y que el artista aún espera, es el de las notificaciones de WhatsApp. Un mensaje, un brevísimo mensaje donde le avisen que “cayó el dinero”, que ya lo tiene en la tarjeta. Revisa el móvil otra vez, y nada.
En otro punto de la geografía avileña, da igual dónde, alguien estira los músculos cansados. Ensayar, a veces, resulta doloroso, sobre todo en días húmedos como este, pero es lo que toca. Forma parte de la rutina diaria del bailarín, como también lo es vivir en dos tiempos paralelos: el de la vorágine de las presentaciones, el esfuerzo físico y los sacrificios; y el tiempo muerto que transcurre desde el fin de la función hasta que, meses después, llega el pago.
El desfase entre la entrega y la retribución constituye la partitura no escrita que muchos artistas del terruño aprenden a interpretar en su vida profesional, a menudo a costa de estabilidad financiera, porque en estos lares casi siempre el arte se cobra en aplausos y se paga en promesas, aunque unos y otras no llenen el plato. De hecho, a veces tampoco reparan el alma.
NO HAY DINERO
La creación musical avileña vive en estos tiempos un doloroso impasse, no solo porque a fines de noviembre la cuarta parte de las unidades artísticas que conforman el catálogo de Musicávila —Empresa Provincial Comercializadora de la Música y los Espectáculos— aún no consiguiera su primer contrato del año, sino porque otras realidades no pueden explicarse a través de la mala suerte del artista.
De hecho, la entidad lo deja claro: hay burocratismos e informalidades que ponen en jaque los ingresos de la empresa y el bolsillo de sus representados. Por ejemplo, este año Musicávila incumplió su plan de exportación de servicios, pues la lenta tramitación de visas y pasaportes para solistas y grupos, tarea pendiente del Instituto Cubano de la Música, complica negociar contratos con empresarios extranjeros para realizar presentaciones fuera del país.
Pero en suelo cubano también persisten las trabas. Entre la Dirección Municipal de Cultura de la urbe avileña, la Unidad Provincial de Apoyo a la Actividad Cultural y el Grupo Hotelero Islazul, deben a Musicávila varios millones de pesos; y al final de esa cadena de impagos están los integrantes de unidades artísticas que hicieron su trabajo con esfuerzo y talento, y aún esperan la retribución pactada.
Roberto Castillo Pérez, comediante musical, fonomímico, declamador del catálogo de la empresa, y quien también se ocupa de la comunicación institucional de esta, resulta uno de los muchos afectados por las deudas aún no cobradas a los clientes.
“Hace poco, Musicávila logró recuperar cerca de 10 millones de pesos, en concepto de pago por el último festival Piña Colada y por la gala del 26 de Julio. Y eso es muy bueno, pero representa solo una fracción de las deudas existentes. Por ejemplo, el municipio de Ciego de Ávila aún debe dos millones por la campaña Verano Siempre Joven y 10 por el Carnaval de las Flores, y terminará el año sin que se salde la deuda”, comenta.
Castillito, como lo conocen sus colegas, se hace varias preguntas que deberían ser respondidas por las autoridades políticas y gubernamentales del territorio. ¿Por qué organizar eventos culturales de amplia convocatoria, cuando no existe el dinero para pagar a los artistas? ¿El gobierno local no debería tener, por ley, una cuenta para financiar los festejos populares? ¿No resulta bochornoso traer hasta Ciego de Ávila agrupaciones prestigiosísimas, como la Original de Manzanillo, para luego deberles tanto dinero y no saber de dónde sacarlo? ¿En 2026 tropezaremos una vez más con la misma piedra?
Otra de las insatisfacciones repetidas tiene que ver con la transportación de las unidades artísticas hacia y desde el polo turístico Jardines del Rey, pues, en no pocas ocasiones, los hoteles contratan el espectáculo, pero se desentienden del traslado de los artistas.
Las inconformidades, sin embargo, no terminan allí. Armando López Rondón, poeta repentista y presidente de la Comisión Cultura-Turismo del Comité Provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, lamenta que en la cayería norte no se explote más la riqueza de la música tradicional campesina y de otros géneros que conforman la identidad cultural de la nación.
“Unas pocas agrupaciones mantienen espacios de este tipo en el polo turístico, pero no es lo usual. Generalmente se privilegia la música de fuera, y las representaciones de pésimo gusto, antes que la diversidad de agrupaciones típicas con las que contamos en la provincia”.
Mientras esto ocurre, explica, muchos conjuntos musicales campesinos carecen de espacios donde presentarse. Las peñas guajiras desaparecen, al igual que los presupuestos para garantizar a los artistas al menos una retribución simbólica.
En la Casa de la Décima, que dirige el poeta, ya no se presentan agrupaciones: no hay dinero para pagarles. Solo continúan activos los talleres infantiles de repentismo, y hasta esa buena noticia tiene su matiz trágico, porque a la nueva generación de cultores de la música campesina le espera, por lo que podemos pronosticar, un futuro negro.
Si en la música el tiempo perdido suena a silencio, en las artes escénicas se cuenta en kilómetros no recorridos y pagos que no llegan. Lian Díaz Arias, presidente del Consejo Provincial de Artes Escénicas (CPAE), expone claramente las dos grandes grietas por donde se fuga la sostenibilidad del trabajo de los suyos: “La transportación de nuestros artistas, y la morosidad en el pago de algunos clientes”. El problema de siempre: llegar y cobrar.
Un proyecto puede tener un catálogo prestigioso y una agenda llena, pero si los artistas no logran llegar al escenario o si, una vez terminada la función, el pago se diluye en el laberinto administrativo de un cliente institucional, el esfuerzo se vuelve un ejercicio de resiliencia económica.
PINTURA SECA, PINCELES EN ESPERA
“Uno le pone el alma a cada obra, y por ella sacrifica muchas horas de labor, pero para cobrar, vienen las demoras. En ocasiones, luego de tres meses todavía nos deben dinero. Esto puede deberse a muchas razones, pero nosotros debemos cubrir nuestras necesidades domésticas y comprar materiales de trabajo para seguir creando”, explica el pintor avileño Bárbaro Toranzo Gordillo, quien preside el Consejo Provincial de las Artes Plásticas.
Sobre las artes visuales avileñas se cierne otra gran problemática: la de proveer las herramientas básicas para crear y comercializar en un contexto de escasez generalizada.
Gretel María Ruiz Rodríguez, especialista comercial del Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC) en Ciego de Ávila, enumera los frentes abiertos con una mezcla de frustración y pragmatismo.
“No tenemos una tienda especializada”, afirma. Para las artes plásticas, la ausencia es crítica: no hay lienzos, bastidores, óleos, acrílicos, ni los aceros y mallas necesarios para escultura. Esta carencia obliga al artista a convertirse en cazador de materiales, encareciendo su producción desde el origen.
María Aurora Bosque Pérez, quien fue la primera directora del FCBC en la provincia, evoca una época distinta. “Antes, la tienda de materiales estaba abarrotada: óleos, pinceles, telas, maderas... Se vendía a precios asequibles. Pero, entre 2020 y 2022, todo eso desapareció”.
Las fundadoras del FCBC, Fernanda Castañeda López y la propia María Aurora, insisten en recuperar iniciativas como el Festival de Artes Plásticas de Morón o la Feria de Arte Popular para reactivar el circuito. Pero la estrategia debe ser más audaz.
Gretel propone dos ideas: “incentivar a las mipymes a abrir tiendas especializadas para la venta de materiales” y desarrollar un turismo de ciudad que permita vender la esencia avileña, no solo los estereotipos.
Y NO ESCAMPA…
La lluvia en Ciego de Ávila puede parar. La espera, no.
Detrás de cada cuadro incompleto, cada transacción bancaria faltante, cada músculo cansado, late una verdad que la Resolución 70/2013 del Ministerio de Cultura no alcanza a mojar: en la provincia, el arte se compra y se vende, pero no se articula.
Precisa a Invasor Roberto Jiménez González, subdirector provincial de Cultura, que su organismo, en materia de comercialización, tiene solo una función metodológica; que son las entidades citadas en este reportaje, y otras más, las encargadas de establecer los mecanismos para la venta de productos culturales.
Quizá esa realidad constituya la raíz de todo este marasmo de burocratismos, promesas incumplidas y desazones: cada entidad gestiona como puede la parte de la comercialización cultural que le corresponde, pero estos esfuerzos se dan de manera descoordinada, como si la política cultural del país fuera una consecución de finquitas y solares yermos
Así, entre la norma que promete y la práctica que posterga, se abre un silencio más profundo que el de la mañana lluviosa. Es el silencio de un sistema que aplaude el talento, pero no teje la red para sostenerlo.
Y sí, el arte en Ciego de Ávila es resiliente. Sobrevive a la intemperie económica, a la burocracia y a la indiferencia. Pero la pregunta que flota en el aire húmedo resulta más dolorosa y necesaria todavía: ¿sobrevivir es suficiente?