Desde el pasado cinco de agosto se implementó en Ciego de Ávila un nuevo sistema para la venta de medicamentos mediante el empleo de mensajeros, el cual, se supone, acorte la cadena que va del fármaco al enfermo pasando por el Consultorio del Médico y la Enfermera de la Familia y los factores de la comunidad. Menos movilidad, distribución más equitativa y evitar la reventa de turnos en las colas son, a priori, las ventajas que lo sustentan.
Superado el “ensayo”, a estas alturas hay quien comienza a ver el otro lado del asunto y a cavilar sus sinsabores: los encargados de poner en marcha el mecanismo son los primeros en beneficiarse, no hay un listado que permita controlar y rotar a quien accede en cada ciclo a los fármacos de la tarjeta de control; las personas con urgencias, en su mayoría, quedan desprotegidas porque deben esperar el día de compra de su consultorio…; sumar otros eslabones a la cadena solo ha alejado más la medicina.
Habría que decir, también, que ha cambiado la forma de venta, pero no las cantidades de medicamentos disponibles, y dividir lo poco entre muchos, casi nunca, satisface a todos. Ya lo explicaba Invasor al inicio del mes de agosto, con el ejemplo de la Metformina en la farmacia La Central, que en ese ciclo de distribución entró al 30 por ciento y apenas alcanzaba para unos cuantos enfermos. No obstante, del barrio al mostrador no todo está dicho.
Barrio adentro
Cuando Carlos Cervantes Ibáñez, presidente del Consejo Popular Onelio Hernández, supo que los medicamentos serían comprados y distribuidos por mensajeros, ya tenía experiencia acumulada en eso de organizar listas, colas y encontrar voluntarios en los barrios para un montón de tareas que la COVID-19 ha venido a ensanchar.
En esta zona se lograron reunir 93 voluntarios, cuyos nombres están registrados en cada farmacia y son ellos los que acuden los días de venta. Según su cuenta, se ha ganado en control y son más los beneficiados, porque se distribuye a partes iguales.
Tomada del perfil de Facebook de AlejandraDesde la red social un cliente elogiaba la puesta en marcha de la medida en la comunidad de Limones Palmero, Majagua
Pero como juzgar a inconformes por satisfechos sería un error, habría que señalar los primeros nudos del proceso en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) que no tienen presidentes, en los altibajos para completar la nómina de mensajeros y en la falta de disposición para recoger casa por casa recetas y tarjetones. Así lo explica a Invasor Yanai Fernández Rigondeaux, mensajera del Consultorio No. 17, del reparto Díaz Pardo.
“Hay CDR donde ha costado que alguien se encargue de recoger las bolsas. Unos trabajan, otros son jubilados, están enfermos, cuidan hijos y nietos o, simplemente, no quieren. Esta es una tarea voluntaria que asumimos con responsabilidad, pero necesitamos más sensibilidad y apoyo. Si no llegamos con el fármaco, las personas nos culpan, y el problema es lo poco que entra no que hagamos mal el trabajo”.
Allí han afinado el mecanismo y el día antes de la venta realizan una reunión con la participación del médico del consultorio, para definir qué pacientes necesitan con más urgencia analgésicos o antibióticos, y ese listado lo lleva Yanai a punta de lápiz. Sin dudas, una buena práctica para garantizar que no se beneficien siempre los mismos. Aunque lograr esto, por ejemplo, en la Circunscripción 26, sería difícil, porque la delegada Matilde Jiménez Galbañi, de los 17 CDR bajo su responsabilidad, en apenas seis tiene presidente, y el asunto de la mensajería ha sido un hueso duro de roer, a pesar de sus 20 años de trabajo en la comunidad que le han valido para saber qué puertas tocar cuando se trata de sumar voluntades.
Las quejas de sus electores no solo redundan en las carencias, sino en cómo las condiciones del trasiego han propiciado varias veces recetas perdidas y faltantes en el vuelto. Esto no es una excepción.
A las 10: 00 antemeridiano Elisa Romero García estaba frente al Consultorio No. 31, por segunda vez, porque su mensajero había perdido el certificado con el cual debían actualizar su tarjetón en la farmacia, y Marilín Castillo Pérez tenía 90 tabletas de Dinitrato de Isosorbida anotadas en su tarjeta de control y la jaba se la entregaron vacía.
Lo cierto es que sobre la marcha el mecanismo original se ha ajustado en los barrios, en los consultorios y en las droguerías; sin embargo, en otros casos ha sido a la inversa, y los desajustes desacreditan y vulneran.
Del consultorio a la farmacia
El día que en una farmacia se recepciona el medicamento, no hay descanso. Tampoco en los siguientes, porque se trata de vender lo más rápido posible para disminuir la espera del paciente. Si antes las colas eran agobiantes, ahora lo es la montaña de bolsas sobre el mostrador y las jornadas extendidas hasta las 8:00 pasado meridiano con tal de terminar la venta a un consultorio.
Es aquí donde se distribuye a partes iguales el medicamento entre la cantidad de consultorios asignados a cada unidad. En la puerta se coloca el listado de lo que entró, se especifica en qué porcentaje de cobertura están los fármacos controlados, y son los presidentes de los consejos populares y delegados los que definen en qué orden transcurrirá la compra.
Al menos esto es lo establecido, aun cuando cada quien le haya puesto inventiva con tal de ganar en efectividad. Ese es el caso de la Farmacia 0808689, en Micro A, donde la administradora Mirtha Cardoso Jiménez habla de una libreta de casos excepcionales donde anota a quienes tienen una patología de urgencia que no puede esperar el turno de compra de su mensajero.
“La comunicación es muy importante, si un médico considera que un paciente necesita con premura un tratamiento, nos llama y nos explica. Llevo ese control y luego lo descuento del monto que se le asignará a su consultorio. De igual modo, recibo recetas salidas de los servicios hospitalarios”.
Dicho así, la historia de Ana Luisa Suárez parecerá una realidad paralela. Acudió al Cuerpo de Guardia con una celulitis en una rodilla que debió ser drenada y salió con la indicación de antibiótico oral. Necesitaba Cefalexina y Metronidazol y ya se había agotado en la farmacia aledaña al Hospital Provincial Docente Doctor Antonio Luaces Iraola, donde se supone comprara.
Sus recetas fueron rechazadas en otras tres unidades —donde sí estaba el medicamento— porque allí no tenían validez. Debió volver a su consultorio para obtener otras y echarlas a la rueda de la mensajería. Mientras tanto, su celulitis y la infección debieron avanzar más rápido que la cola y fue en un grupo de ayuda en Facebook donde consiguió parte del tratamiento.
De estos imprevistos también da fe la doctora María Victoria Barrabí, desde el Consultorio No. 30, en el área Norte, pues más de una vez ha debido volver a indicar lo que ya fue recetado en el Cuerpo de Guardia, pero que no pudo adquirirse al no corresponderse con consultorio alguno.
Lo otro es que no basta con repartir a partes iguales si obviamos las peculiaridades, por ejemplo, dónde hay más hipertensos, diabéticos, afiebrados o convalecientes de la COVID-19.
Digamos que, al menos en los consultorios visitados por Invasor, los profesionales sabían qué había entrado, previa llamada telefónica o por algún vecino que traía la noticia, no porque existiese otra forma de comunicación con los factores de la comunidad. Aun así, desconocían las cantidades asignadas por lo que recetaban, sin saber si el papel encontraría respaldo y con menos posibilidades de controlar cada mes quién recibe un fármaco u otro. El mecanismo debiera echar a andar desde el consultorio y no desde la comunidad.
Danys Jorge Silva Betanzos, médico del Consultorio No. 31, en el área Norte, lo confirma, quien a pesar de establecer prioridades entre todos los enfermos y de prescribir con rectitud, guarda el enorme listado de quejas de sus pacientes cuando buscan y no encuentran. Incluso, la desinformación ha sido tanta que, con tarjetón en mano, han ido hasta allí a comprar el medicamento, en lugar de a la farmacia.
Hoy los pacientes crónicos que penden su salud de una tarjeta de control son a los que primero se les desinflan las esperanzas, y sobre los hombros de los mensajeros ha caído tanto peso que hasta podría sugerírseles que controlen a las personas que se benefician en cada ciclo para, a partir de ahí, establecer rotaciones.
No hay nada fácil en este empeño, ni esperar en casa que un tercero traiga el medicamento que en tiempos normales costaba trabajo encontrar, ni confiar en la voluntariedad cuando andamos tan parcos en conciencia. En este ciclo, a nadie le da la cuenta.
Vamos a comprobar q lo q llega a la farmacia sea realmente lo q salga a quien le toque.