Desde la acera del frente la casa parece tranquila, por eso hay que acercarse hasta una ventana para hallar respuesta a cómo es posible que en un espacio en el que conviven ocho personas, entre adolescentes y niños, también habite la calma.
Un montón de ropa lavada está tendida en el patio, bien cerca del espacio donde permanecen casi inmóviles los columpios y en el que, un año atrás, los ocho jugaban sin importar las distancias. Es viernes por la mañana y Melany lo sabía, entonces se levantó más tarde.
Ya “mami” les había llamado la atención a todos por acostarse a altas horas de la madrugada lo que provocó el desfase de los horarios. Ahora, en vez de acostarse a las tres de la mañana por estar viendo películas en el televisor, las luces de la casa se apagaban a las 12, así cada cual desayuna a su hora y ayuda en los quehaceres del hogar.
Clara Reyes Iglesias es la directora, la que pone orden sobre la ropa, los deberes, los horarios; pero, también es la mamá.
Si en febrero del presente año, cuando Invasor visitó el hogar de niños sin amparo familiar de Ciego de Ávila, ella iba y venía de su casa en la localidad de Ruspoli, a ocho kilómetros al norte de la capital provincial, y se quedaba los viernes para compartir colchones con los muchachos, ahora sus días son muy diferentes.
De aquel encuentro surgió este video
“Estoy a tiempo completo con ellos desde el domingo seis de septiembre, cumpliendo con las mismas funciones de todas las madres con niños en sus casas, producto del cierre de las escuelas”, cuenta Clara. “Atiendo sus necesidades y también soy un poco permisiva con ellos porque encerrados aquí todo este tiempo se aburren”.
Porque no pueden salir de allí ni recibir visitas. Ni siquiera los trabajadores de comercio y gastronomía, educación o de la Empresa de Productos Lácteos pueden acceder al lugar; Clarita es quien recibe los alimentos a través de la cerca, así el riesgo de contagio con el coronavirus es mucho menor.
• Conozca sobre algunas donaciones al hogar
Súmesele la obligatoriedad del uso del nasobuco por todos, trabajadores y niños, dentro de la instalación, pero nadie se queja, al menos eso confiesa la directora después de un rato de conversación.
Si hubiera tomado una foto en plano general usted podría ver los detalles. Zamira, una de las adolescentes, lavaba sus mascarillas a un lado del patio, Elismary la acompañaba para buscarle conversación, el subdirector y el administrador en sus puestos de trabajo, Bárbara, la auxiliar general de servicio, se ocupaba de los trajines hogareños, Jonathan iba y venía con pequeños bultos de hojas secas para ayudar en la limpieza y los demás veían dibujos animados.
Clarita nos confiesa que Héctor Julio, “el más maldito de la casa”, está de reposo con un pie enyesado a causa de una travesura. Yuyo, como también le dicen, no puede salir a jugar, entonces sus hermanas y hermanos tampoco lo hacen.
Me asomo por la ventana y les pregunto: “Se acuerdan de mí?”. Miran dudosos, bajo un poco la mascarilla y les digo “la periodista del video”, a lo que sigue un ahhhh de asombro aderezado con sonrisas.
Melany sale de la casa para acercarse a nosotros. Clara la ha llamado porque de todos es la más conversadora.
— ¿Qué has hecho todo este tiempo?, la interrogo
— Dormir, ver novelas y copiar teleclases, dice.
— ¿Extrañas la escuela?
— Sí, mucho, pero a mis amiguitos no tanto porque me llaman todos los días.
— ¿Ya te acostumbraste a estar todo el tiempo con el nasobuco?
— Bueno, más o menos. Siempre tengo ganas de que llegue la hora de dormir para quitármelo.
Otro de los momentos del día en el que la mascarilla no está sobre la cara es, por supuesto, durante las comidas. “Ya no podemos hacerlo todos juntos como antes. Nos dividimos, primero comen ellos y después los trabajadores. Eso es algo que extrañamos”, dice Clarita quien explica las muchas rutinas transformadas a causa de la COVID-19.
Por el meticuloso trabajo de quienes allí laboran es que ninguno de los niños se ha enfermado, “ni catarro les ha dado”. Muchas son las atenciones, pero ninguna de ellas logró que Melany cambiara su primer deseo para cuando pueda volver a salir: regresar a la escuela.
• Lea el comentario ¿Cómo pasar de grado?
Aunque casi termina el sexto grado quisiera mucho no llegar a la secundaria porque “vamos para lugares diferentes y no quiero separarme de mis amigos”, dice afligida. Una muestra de amor tan sincero por los suyos como el que se profesa en la casa, donde ella y sus siete hermanos aprendieron a ser familia.