El yeso en la pierna de Alex Manuel Iraola Martínez es una redundancia, basta con escucharlo para descifrar las leyes que tiene el niño, apenas en primer grado. Aquella mañana de lunes sus manos pasaban de un compartimento a otro de la caja en busca de la esquina superior derecha, así le ha enseñado su profesora de la escuela especial Águedo Morales Reina cómo se estudia desde casa lo que no puede hacerse en el aula y la madre lo supervisa para evitar confusiones.
Cuatro personas llegan a su casa sobre las 10:30 de la mañana de un lunes cualquiera, y por las voces que escucha reconoce a dos, entre ellas a la psicopedagoga Yakelin Arnaiz Páez. Los desconocidos requieren presentación, por eso la periodista se anuncia y le dice al niño que hay un hombre haciéndole fotos para el periódico Invasor.
La primera aclaración a la prensa es que el yeso está donde está porque a Alex le gusta mucho bailar y se lesionó en una de sus coreografías al ritmo de Radio Surco. Yaneisy Martínez Ojeda, su mamá, nos explica que la radio ha sido aliciente para la comunicación del pequeño en este año de confinamiento, le ha desarrollado el habla, aunque lo más difícil pareciera ser el trabajo con las manos. Yakelin le señala que hay que ganar en rapidez.
Una vez a la semana los padres de Alex tienen contacto con su maestra para recibir las indicaciones pertinentes y evaluar su avance, de ahí que las horas de estudio se dividen entre la mañana y la tarde para que no se aburra, porque es muy inquieto. Y volvemos a redundar.
Ese mismo día Wilfredo Osuna Rodríguez, director de la institución, está de guardia en la Águedo. Él nos explica que ninguno de los estudiantes ha quedado desatendido por la imposibilidad de impartir las clases de manera presencial. “Por ejemplo, los niños ciegos tienen los instrumentos para trabajar con el sistema Braille en sus hogares, se les facilita el papel y escuchan las teleclases; los sordos cuentan con intérpretes del lenguaje de señas para las mismas y a los autistas se les proporcionó un sistema de actividades que tributa al autoestudio”.
También los docentes elaboran hojas de trabajo con los objetivos a evaluar en el período, quincenalmente recogen las libretas para revisarlas y cada 11 días tienen cita en el centro con el objetivo de orientar a la familia, explica Osuna Rodríguez.
Wilfredo nos provoca a entrar a una de las aulas de la escuela donde un alumno estudia con su maestra. El fotógrafo y yo interrumpimos el repaso de Lengua Española para conversar con Brayan Jorge Fuentes, de 11 años de edad, que escribe sobre su último viaje a la playa y que recuerda tan bien como si no hubiese existido pandemia alguna.
Brayan y su profe repasan semanalmente
Brayan vive con una baja visión severa que lo obliga a leer y escribir en Braille pero ninguno de esos punticos blancos le quitan la maravilla a sus palabras. El niño no tiene tiempo para extrañar a la maestra, porque diariamente se comunican por WhatsApp y luego del repaso prefiere distraerse en Facebook y hasta nos habla de cuentas jaqueadas y de seguridad informática con la misma pasión con que describe al mar.
En la mirada de Wilfredo se nota el orgullo de un educador satisfecho con el trabajo de sus compañeros en medio de la pandemia.
Muestra las fotos de uno de los tres libros de tela que la profesora Irma Lorenzo confeccionó para los niños con autismo y tiene evidencia gráfica de los encuentros con los padres y madres, además de todo lo productivo que el nuevo coronavirus obligó a hacer.
Mientras Alex esperaba que pasaran los días para que le retiraran el yeso, y Brayan llegaba al poblado de Punta Alegre, donde reside temporalmente hasta que la COVID-19 le permita regresar a casa, en la Águedo no hay tiempo para respiros. Así de sencillo, o de complicado, como decir que si mañana volvieran las niñas y niños a las aulas, la escuela y sus trabajadores están listos para recibirlos como el primer día.
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