Karen barre los prejuicios en una escuela

Doblo, apurado, por la esquina de la Escuela Secundaria Básica Urbana Pablo Elvio Pérez Cabrera, en el municipio cabecera de Ciego de Ávila, y veo a una joven abstraída, barriendo el corredor público con encogimiento. A diez pasos recorridos, regreso a donde nos cruzamos. Agarraba aquella escoba como quien siente frío y no hacía más que mirar, cabizbaja, cómo las “pelusas” se llevaban el polvo.

Karen es una mujer transexual. Y es, con honores, auxiliar de limpieza de ese centro educacional, desde hace cinco meses. Aunque los prejuicios, a nivel global, siguen siendo una causa para que transexuales no accedan a ciertos puestos de trabajo, esta muchacha de 21 años disfruta su ambiente laboral. No es que le toca barrer piso, limpiar baños, botar la basura del cesto, pasar un paño a las mesas… porque sea una mujer trans.

“Terminé el noveno grado y empecé en el preuniversitario La Edad de Oro. Desaprobé el onceno y decidí renunciar a la escuela. Estuve tiempo sin saber qué hacer. Estudié en un curso de cocina de La Culinaria y también renuncié, en segundo año. Desisto, porque llego a sentir que no encajo en los lugares; me alejo yo misma”. Pensé, pues, en lo de abstraída, lo de encogida, lo de agarrar la escoba como quien siente frío, lo de las risas nerviosas.

Cualquiera que repare a Karen nota que se come las uñas, que se le ha caído el pelo, que las manos andan desacopladas y le sudan, que es muy indecisa. Es guapa, porque fue de frente, como mujer trans, a la Dirección Municipal de Trabajo, luchó su plaza en “una escuela llena de adolescentes y en la que los padres eran una cajita de sorpresas”, y conquistó su empleo no solo porque es un derecho constitucional.

articulosAsí lo defiende la Constitución de la República ratificada en referendo popular el 24 de febrero de 2019

Le cuesta expresar su identidad, si bien tiene varias puertas abiertas. “Trabajé, anteriormente, en la Universidad de Ciencias Médicas, como auxiliar de limpieza, pero me fui por motivos de lejanía”. Para ella todo es “más o menos” o “puede ser”. Víctima de sus miedos, inducidos o no, a veces se levanta sintiéndose mal y otras veces con un optimismo tremendo.

No solo todo es “más o menos” en sus respuestas, también reconoce que deja lo que empieza. “Pretendí iniciar el proceso para intervenciones quirúrgicas o tratamientos hormonales, pero no pude por cuestiones de los gastos personales que eso conlleva; ni tengo, sinceramente, a quiénes recurrir para orientarme. Quisiera, además, obtener mi doce grado, pero mucho en mí se ha vuelto quiero, quiero, quiero… y luego no doy los pasos”. Y Karen sabe que las instituciones están creadas y los especialistas formados, esperándola.

Crecer fue difícil. En su infancia, recuerda, se le estaba cayendo el pelo y la llevaron a un sicólogo. Sentía que era niña, pero grandes eran sus frustraciones. La segunda vez que recurrió al especialista fue tras fallecer su abuela paterna María del Carmen, hace seis años: su figura materna. O sea, a Karen la criaron su abuela y su papá.

“Mi mamá vive en Morón, aunque residió prácticamente en el mismo barrio que yo. Al principio, decía que una estaba confundida, cosas así, y yo insistía en que no, que soy mujer. Tengo un hermano de 10 años y una hermana de 30 que se asentó en los Estados Unidos, ambos por parte de madre. Mi hermana me apoya bastante”.

Karen Huerta López es hija única por el lado de su papá. “Él lo tomó bien. Un día me sentó, porque alguien le había comentado sobre mí, me preguntó sobre lo que quería y no se lo oculté. Sus palabras fueron que me cuidara. No aceptaba que me vistiera de mujer y con el tiempo lo ha respetado”.

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Desde que murió su abuela María del Carmen, Karen vive sola. “Atiendo la casa, aunque no hago lo que me da la gana, porque mi papá siempre está pendiente. Lo mío es casa y trabajo, trabajo y casa. No frecuento las fiestas de la diversidad, voy al Parque Martí con mis amistades, veo televisión, leo”.

—Y el trabajo en la escuela, ¿qué tal?

—Somos cuatro mujeres para limpiar los pasillos, las aulas cuando los estudiantes se van por la tarde y mantener los baños. Tenemos un horario flexible, en turnos de dos. Día tras día, me estimulan a quitarme el miedo, el pánico escénico, a ser completamente Karen. Aquí no tengo que estar escondiéndome de los alumnos ni encerrada en un local, ¡nada de eso!

—¿Y los muchachos? ¿Y sus padres?

—Cuando empecé en la escuela creí que habría alguna falta de respeto o discriminación, pero no. Y puede darse, lo sabemos. Pensé que duraría poco, como en casi todo. Algunas veces, cuando van a entrar al baño, me dicen profe y preguntan cosas, sin problemas.

“Nunca me han cuestionado mi identidad. Boberías como que una vez estaba limpiando el aula, un estudiante entró y me llamó profesora. Cuando me miró bien, me pidió disculpas. No sabía cómo llamarme. Sucede tanto en alumnos como en padres. Pasé la prueba para trabajar aquí por mi comportamiento”.

—Si eres una mujer transexual, ¿por qué esos miedos aún?

—Quiero decir que soy mujer y la timidez no me deja. Los miedos están en mí, lo sé. Tampoco me ofende que me llamen Karel o Karen. Me importa lo que vayan a decir y más el hecho de acostumbrar a los demás a que ya no me traten como él, sino como ella.

Por esos temores, la chica está al nivel de vestirse de mujer, incluso, con los bóxeres, los jeans, camisas y zapatos en una gaveta.

Aprovecha la vida para lucir, antes de pasar por un quirófano, si así lo deseas. Sé, simplemente Karen, sin barreras ni muros interiores. Barre los prejuicios (también en la escuela que llevas) dentro.


Comentarios  
# yuri 18-05-2022 10:32
Me alegra por tí que estés entegrada en la sociedad, aunque sé que no todo es color de fresa.. avanza y no te detengas en nada, que la vida es una sola... muy buen reportaje...
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