Parece un tren digno de estar a buen recaudo en un museo o de participar en películas sobre lejanas épocas; sin embargo, “mataría” poblados enteros renunciar a sus pitazos, al ambiente guasón y bullanguero de sus coches e, incluso, a las ventanillas recias y herrumbrosas.
Durante sus recorridos —de lunes a sábado— por Orlando González, Dominica, Guayacanes y Caguazal, algunos pasajeros echan una cabeceadita, aprovechando el “traca traca”, otros se pierden en el horizonte, y los más conversan con sus compañeros de viaje. El armatoste ronronea con su ruido habitual, a la vez que el conductor vende los boletos a quienes lo abordan.
Locomotoras como El Cañón avileño y La Poderosa avileña, decenas de veces, han tomado el trillo por las marcas kilométricas de la vía férrea que une a Ciego de Ávila con la comunidad majagüense de Orlando González, con dos coches, y en ellos, a todo viajero que encuentran a su paso.
#CiegodeAvila #Cuba #TrenDurante sus recorridos —de lunes a sábado— por Orlando González, Dominica, Guayacanes y Caguazal, algunos pasajeros echan una cabeceadita, otros se pierden en el horizonte, y los más conversan con sus compañeros de viaje. El armatoste ronronea con su ruido habitual, a la vez que el conductor vende los boletos a quienes lo abordan. #CiegodeAvila #Cuba #Sociedad
Posted by Periódico Invasor on Monday, October 7, 2019
Maquinista con “motor diésel”
Osvaldo, Yordani, Flor y Jenny, de izquierda a derecha, saben que tan importante como el diésel es ese otro combustible llamado sentido de pertenencia
“Me dicen: ‘si paras, estamos embarcados en la semana’, y entonces uno se esfuerza, a tiempo completo”, cuenta el maquinista, mientras un trapo en sus manos busca atenuar, con fuertes estrujones, el olor de hierros viejos que se le pega a la piel.
Para Jenny Domínguez Romero el mayor esfuerzo lo realizan sus compañeros, pues es el único que escapa al semioscuro cabús, al final del convoy. “Llevo ocho años casado en Orlando González, lo que me ha permitido conocer a la gente y sus necesidades de transporte; ¡esto es prácticamente lo único que tienen los de aquí!”
Toda entrega encierra un sentimiento común. “Cuando trabajaba en trenes de carga el equipo, que no era mi encargo todavía, estuvo como tres meses sin circular. En mis descansos venía para Orlando González y luego me volvía loco para llegar hasta Pina.
Su buena experiencia es obra del empeño, día tras día, por apre(he)nder sobre el oficio que escogió “Estaba en el ingenio de Falla (Enrique Varona) cuando se habló conmigo sobre la necesidad que tenía la ruta y entonces vine para acá.” Así, “el embullo de un mes de prueba”, rememora Jenny, se ha vuelto permanente para quien atesora 20 años al servicio, de ellos cinco sobre máquinas.
Ocho meses lleva este hombre “maquinando” entre los embrujos de una locomotora y, difícilmente, ha podido “coger un 10”. Por eso, es quien, a juicio de sus acompañantes y usuarios, insufla mayor aguante para mantener activo el trayecto.
Y es que el corazón, su “motor diésel”, según él, no le permite salir de vacaciones. De hacerlo, quedaría en suspenso el económico y eficiente transporte —que gasta cerca de 90 litros de petróleo entre ida y vuelta—. Se explica así: no tiene relevo, o mejor dicho, cada siete días es él su propio relevo.
Tras 14 horas diarias en el zarandeo, un respiro, y luego 14 más, y luego… En Ciego de Ávila, formar un suplente sufre la ausencia de una escuela consolidada. Los aspirantes —que son pocos— tardan años en habilitarse y no son tiempos de centrales azucareros, hacedores de oficios como el de maquinista ferroviario. “Mucha responsabilidad y poco salario”, confiesa.
“He dejado de ver a mi familia para que el tren no falle. Tengo cuatro hijos, dos en Primero de Enero y dos en el municipio cabecera. Mi mamá es de Matanzas, y mi papá, de Camagüey. Lo hacemos por el pueblo y el compromiso con la Base de Morón, pues unos 500.00 pesos de salario, ¿qué son?”
Febrero marca distancia entre Jenny y su hija violeteña de 11 años, la que para ese entonces recibió encima del “tren de papá”. Muchas promesas después quedaron en el intento.
Auxiliar de la marcha
El Sancho Panza de Jenny, como aquel inseparable escuderoEn los coches, Yelenny, Betsy, Yeny, Naivy… disfrutan escuchar música y “trastear” el celular. En cambio, el auxiliar de maquinista Flor Leonardo Santiesteban Cruz, imparable pasillero, de aquí para allá con sus jaranas, les manda a apagar los teléfonos.
Los pasajeros le frenan en ese energético trajinar para asegurarse de que sean solo chismes expresiones como “no regresa hoy el tren”, “no hay petróleo”, “no tienen agua ni hielo en el cabús y por eso no saldrán”… Y Flor aclara cualquier duda, con una explicación práctica: “cuando así sea, se dirá”.
Sobre los hombros de Leonardo pesan, como en Jenny, ocho meses al hilo, incluidos en sus 31 años encaramado en el ferrocarril. A la cadena de conscientes prácticas se suma el barrido y hasta el baldeo de los vagones, por la tarde-noche, dejando entre líneas las frecuentes indisciplinas de los favorecidos.
En Punta Alegre tiene dos hijos, de ocho y nueve años, los que solo puede disfrutar en su corta estancia de sábado para domingo, y no siempre. Incluso, para ratificar esa dispersión familiar que hermana a estos trotamundos, también Flor hace meses que no ve a su hermana de La Habana, entregado a un diarismo sin freno.
Lo único que pudiera reprochársele es que no quiere ser maquinista, paso del que está a solo un paso, porque ejercerlo encarna mucha responsabilidad y, según él, es algo alocado.
El de la llave Inglesa
Al auxiliar del conductor, Yordani Reyes Toledo, se le ve a cada rato, en su constante agitación durante el viaje, con una llave Inglesa en la mano. Sucede que, en Guayacanes, están por terminarse las labores en el desvío manual (chucho) que cambia el trayecto de la línea central al ramal que lleva a Orlando González. Y allí, la inventiva para mover las piezas.
Del mismo modo, cada tarde, en ese exbatey azucarero, le toca cambiar de posición la máquina y, con ello, el sentido de la marcha. No obstante, el sentido que tampoco para él cambia es el de la marcha que le anexa ocho meses sin parar.
Quien fuera custodio y bicitaxista, hace un lustro decidió echar a rodar su vida sobre rieles, aunque, a veces, los ha visto caer de puntas. Entonces, aquel “prestado” joven con 35 calendarios encima baja y sube los coches, mano en el corazón, y lejos de cerrar caminos, los abre.
Más que picar boletines
Es muy normal que Osvaldo reciba a los viajeros con su curtida disposiciónEs Osvaldo Garmury Calderón el relevo cada semana de Yoany Martínez Herrera. Por lo menos ellos tienen pauta de descanso, en idioma ferroviario. Además, “son los jefes y a ellos van los palos”, como apuntan los restantes del grupo, mientras piensan en algunas quejas que, sin fundamentos, les ha estremecido la voluntad.
Bastante habla Garmury de la ética ferroviaria, noción aferrada en 30 años de labor, por la que entiende que cada viajero merece buen trato; que se debe servir uniformado y limpio. “En el cabús, en ese lugar poco arreglado, que se queda chiquito para los cuatro, guardo mis siete camisas en percheros, zapatos lustrados, todo lo necesario para ofrecer buen porte a los usuarios.”
Osvaldo, humilde conductor que parece resumirse en simple cobrador, destaca el temple de sus camaradas, a quienes toca empatar cables, amarrarlos con alambres y buscar cualquier rotura en la inmensidad de una locomotora. ¡Ah!, y cocinar, como parte de sus dicharacheras vidas, que pasan entre cuentos y cuentas.
Más de una vez he mirado ese carro amarillo, parecido a una pequeña casa (cabús), donde conviven los tripulantes, rodeados por paredes de madera en deterioro, con persianas ajadas, colchones viejos y duras literas.
Amontonados allí, entre los cachivaches para cocinar, los sacrificios para almacenar agua y una tendedera para recibir electricidad, piensan en los tantos que necesitan de la férrea voluntad de ellos, que hoy no cree en traviesas ni balasto.
En estos tiempos, cuando propulsar exige sus quijotadas, no solo basta con tener el convencional amasijo de hierro. Que se mantenga el sesentón equipo sobre rieles, limpio y cuidado, depende, en gran medida, de la constancia de su tripulación.