Informar sobre los recorridos de Fidel implicaba para cualquier periodista de provincia un considerable nivel de estrés, así lo recuerda Héctor Paz Alomar
La gente aguardaba la llegada de Fidel desde hacía horas. Podía aparecer en cualquier momento, pero nadie sabía cuándo. Héctor Eugenio Paz Alomar, reportero de Invasor, se hallaba en el lugar para cubrir el recorrido del Comandante. Era común que a cada visita de Fidel acudiera la prensa provincial y nacional, para informar sobre la agenda de trabajo del mandatario cubano. Y allí estaba Héctor, fumándose un cigarro, y pensando cómo haría para tomar las fotos, grabar con un aparato que nada tiene que ver con los de hoy y, además, escribir en su bloc de notas las primeras líneas del texto que al día siguiente estaría en la portada de su periódico.
Al fin apareció la comitiva. Fidel bajó de su jeep y saludó a las personas que aguardaban, casi todas dirigentes de La Habana y Ciego de Ávila. Luego se acercó a Héctor y al corresponsal de un periódico nacional. Ha pasado mucho tiempo desde los años 80, pero Héctor no olvida ni un solo detalle.
“Fidel se me paró al lado y me puso la mano derecha encima del hombro. Se acercó un poco más a mí y me preguntó en voz baja: ‘¿Los hice esperar mucho?’ Yo no podía hablar, no me salía la voz. Imagínate tener a Fidel tan cerca… Entonces respiré y lo único que alcancé a decirle fue ‘No, Comandante’. Él comenzó a caminar junto a nosotros y nos fue explicando sobre la obra constructiva que iba a chequear, en un intento por evitar la salinización de la Laguna de la Leche”.
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Sus colegas del gremio le dicen El Puro. Cualquier extranjero pensaría que lo llaman así por su pureza y Héctor reiría con sorna. Pero para cualquier cubano está clarísimo que, en la jerga de la calle, se le dice “puro” a un hombre entrado en años, sobre todo si es un familiar o una persona querida. Y como Héctor ha sido en cierta forma el mentor, el papá periodístico de varias generaciones de jóvenes reporteros avileños, no extraña que uno de ellos le empezara a decir Puro y que el sobrenombre se le quedara para siempre.
Sin embargo, cuando El Puro todavía no era un puro, sino un jovencito de veintipocos años, fue él quien comenzó a meterse poco a poco en el oficio que Gabriel García Márquez llamaría tajante y certeramente el mejor del mundo.
Había estudiado Contabilidad, no Periodismo, y ejercía su profesión sin demasiados sobresaltos hasta que un día, en una asamblea, un dirigente planteó que los hombres debían ceder sus puestos laborales a las mujeres, como parte de la lucha contra el burocratismo. A esta altura, cabría preguntarse cómo una cosa contribuiría a resolver la otra, o qué tan efectivo fue el “combate”, cuando todavía hoy el burocratismo sigue siendo la cándida flor de muchas oficinas cubanas. No obstante, el joven Héctor no se lo planteó demasiado, dejó su trabajo y comenzó a dedicarse a la fotografía, primer paso en un largo camino hacia el Periodismo.
Ya como fotógrafo, empezó a trabajar en el Centro de Información para la Prensa, una dependencia del Partido que entonces existía en cada provincia. A los siete u ocho meses lo nombraron director de la institución y, desde esa responsabilidad, debió intercambiar con numerosos reporteros de paso por Ciego de Ávila. Esas conversaciones sembraron en Héctor Paz las ganas de convertirse en periodista. Fueron ellos, también, quienes revisaron y corrigieron los primeros textos del aprendiz de redactor. Aquellas cuartillas, recuerda su autor, eran devueltas con cientos de correcciones y señalamientos, pero afortunadamente no se desanimó y siguió intentándolo.
Más tarde pasó a la emisora Radio Surco, donde trabajó como guionista, locutor y jefe de transmisión, aunque ya entonces se sentía un periodista más. Así, cuando en 1978 comenzó a gestarse el equipo de profesionales que publicaría un periódico para la “recién nacida” provincia avileña, su nombre figuró en la lista de los escogidos y, un año después, cuando todavía la tinta de la imprenta no se terminaba de secar, en las páginas del novísimo Invasor aparecía la firma de Héctor E. Paz Alomar, para suerte suya y de quienes serían sus lectores.
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Informar sobre los recorridos de Fidel implicaba para cualquier periodista de provincia un considerable nivel de estrés. Se suponía que debía hacerlo bien, ser riguroso y exacto, no perderse nada importante, cumplir todas las indicaciones de su equipo de Seguridad Personal, lograr buenas fotos a pesar de los gentíos que se aglomeraban dondequiera que fuera el Comandante, y enviar el trabajo lo antes posible a la Redacción del periódico, donde esperaban el texto como cosa buena, para revisar, corregir, emplanar…
“Una vez tuve que cubrir un acto en cayo Coco, en el que hablaría Fidel e inauguraría el primer hotel de ese incipiente destino turístico, el Guitart Cayo Coco. Salimos para allá a las 5:00 de la mañana, aunque el acto sería a las 6:00 de la tarde. Había mucha tensión. Tú estás levantado desde muy temprano y miras el reloj, pero el tiempo no avanza y el hombre no llega. Yo había probado la grabadora un montón de veces y funcionaba bien. Pues a las seis en punto arranca el acto y, cuando oprimo el botón de grabar para registrar las palabras de Fidel, aquel tareco se rompe. No funciona. Ahí mismo la tiré para la hierba, saqué mi agenda y traté de copiar a mano lo que decía Fidel. Aquello fue desesperante. Tenía que entregar una nota de 60 líneas para el periódico del día siguiente.
“En cayo Coco escribo la nota, llamo a la Redacción de Invasor y dicto el texto. De todas formas, allí tenían que esperar a que regresáramos a Ciego de Ávila, para que la fotógrafa revelara las fotos y se pudiera terminar el periódico. Llegamos a la ciudad de madrugada y se pudo completar la edición. De todas formas, yo esperaba como un loco a que los medios sacaran la versión taquigráfica de las palabras de Fidel. Por suerte, mi transcripción fue bastante cercana a la realidad. Ahí supe que no metí la pata y respiré aliviado”.
• Revise aquí una breve cronología de visitas de Fidel a Ciego de Ávila:
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“Pude estar cerca de él seis o siete veces, casi siempre en coberturas de sus visitas a Ciego de Ávila, aunque también lo vi en el III Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Hablar sobre Fidel a veces implica repetir lo que tantas personas han dicho con anterioridad, pero esos breves encuentros marcaron tanto a la gente de mi generación que siempre trato de salvar el recuerdo.
“Mientras tenga memoria, llevaré su sencillez, la preocupación que siempre demostraba por los demás y, sobre todo, su manera de hablar. Cuando quería que las personas reflexionaran sobre algo, hablaba muy bajito, casi en un susurro; pero también era capaz de exaltar a las multitudes con su vozarrón, con su verbo incendiario, desde las tribunas.
“Era también un maestro de la reiteración. En sus discursos repite constantemente una idea y, cuando parece haberla dejada atrás, vuelve sobre ella. Su manera de comunicar tenía un fuerte componente pedagógico. Para él era una preocupación constante educar al pueblo.
“Nunca lo vi enfadado. Siempre sonreía. Pero no se dejaba meter un cuento. Era una ametralladora lanzando preguntas. Una y otra, y otra más… Y en cada una escrutaba la coherencia y exactitud de las respuestas de su interlocutor. Tenía una inteligencia enorme y era capaz de notar cuándo un dirigente le daba datos erróneos. No era un capricho, un extremismo, esa necesidad de recibir información precisa: muchas veces los proyectos se destrababan cuando Fidel les ponía su mano encima. Con él, las obras avanzaban sí o sí.
“Cuando hablaba con los periodistas cubanos, se percibía cierta relación de familiaridad. Al terminarse el III Congreso de la UPEC, varios de los delegados lo emboscamos en uno de los salones del lugar. Allí se puso a conversar con nosotros, a comentarnos algunas ideas que tenía para atender mejor al sector de la prensa. En eso nos dice: ‘Me han contado que ustedes los periodistas son abstemios’. ‘No, Comandante’, contestamos a coro. Y él responde: ‘Bueno, ¿qué les parece si hacemos un brindis?’. No había terminado de decir aquello cuando aparecieron siete personas con copas de daiquirí.
“Recuerdo que ese mismo día los caricaturistas habían dibujado a muchos de los participantes del congreso, y las obras se encontraban expuestas en una pared. Algunas de las caricaturas estaban bastante cómicas. Yo las miraba hasta que sentí una risa detrás de mí. Me volví para saber quién estaba allí, tan cerca, y casi pegué un brinco al ver a un tipo alto, barbudo, vestido de verde olivo: el hombre que se reía con aquellos dibujos era Fidel”.