Héctor Paz Alomar: en colores

Con la exposición fotográfica de Héctor Paz Alomar inaugurada este viernes en la recepción de Invasor, se cuenta también la historia del periódico que se acerca a su aniversario 43. Porque es imposible hablar de lo uno sin lo otro

Debe haber tomado una lupa, como tantas otras veces, porque en el papel las letras se le pierden y su vieja PC no ha podido seguirle el ritmo a sus años. Por eso lo que Héctor Paz Alomar escribió este viernes fue, literalmente, de su puño y letra:

“No niego el color, me gusta, pero si me lo preguntaran diría que prefiero el blanco y negro y la luz natural. Ambos factores le dan verdad, dramatismo a lo fotografiado…)”.

Así presentaba su alquimia negriblanca; y aunque nadie podría objetarle su frase, todos los que allí estábamos, colegas de siempre y fotógrafos “noveles” —solo porque no tienen 79 años—, (ad)mirábamos a un hombre que ha brillado en todos los colores.

Un fotoperiodista que se iluminara, incluso antes de que Invasor estrenara los linotipos de Camagüey (que ni siquiera éramos provincia todavía). Antes de 1979 ya Héctor andaba usando “cámaras prestadas, aquellas llamadas de cajón. Luego, con mis ahorritos de trabajador del Comercio, pude adquirir una Brownie de la Kodak; más adelante una Signet 313, después una Retinett III, de esa misma marca. Fueron muchas…”, admitiría.

Dejaría luego la Contabilidad para irse a contar la vida de su provincia en imágenes y en palabras. Sería un todoterreno, no porque formulara químicos, revelara e imprimiera, sino porque anduvo más de medio siglo atrapando momentos: con el lente, si lo tenía a mano; con las manos, si no tenía lente. Con los dos, si iba artillado.

En las paredes de Invasor hoy está esa huella que hemos “desclasificado” de sus archivos. Imágenes que rompen el ritmo o iluminan rostros al estilo Rembrandt. Fotos de una industria, un horno, el campo, el sudor. Ciego de Ávila en el instante de su obturador.

 expo hector

Y como “pies de fotos” estuvieron sus anécdotas. El cuánto sudó para que el revelado fuera el calco de lo que había visto, o cómo se las ingenió para lograr, sin fotómetro, que la exposición de la luz fuera la correcta.

Visiblemente emocionado, el Puro —apelativo que se ganó con años de amor— agradeció que le dedicáramos un espacio por el aniversario de Invasor, cuando somos nosotros y nuestros lectores quienes más le debemos y agradecemos.

En calle Libertad, No.159, entre Simón Reyes y José María Agramonte, pueden comprobarlo con sus propios ojos.


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