Niñas con Instagram: patriarcado en rosa

Ahora que Barbie está de moda, la inteligente canción de Aqua viene a describir un Barbie World en que seguimos criando a las niñas para ser muñecas perfectas en las manos de un Ken

No me lo creo y vuelvo a ver el video en bucle. “Tiene un cuerpazo. Un caractazo. Un talentazo. No es un palo, es un palazo”. La letra se pega y pudiera cantársela hasta yo a mis amigas o mi novio, en tono de piropo. No es eso lo que me molesta.

Es la niña de ¿doce? años con la ropa de andar en la casa, cantando y bailando en respuesta al título de su reel: ¿Y qué tiene el que te gusta?

Imagino que, para los entendidos en la materia, aunque sea un mínimo, esto va a ser una cantaleta. Pero asumo que una mayoría de padres no tienen ni idea de los riesgos de las redes sociales de Internet para menores, o de lo que están haciendo sus hijos e hijas el día entero con sus teléfonos.

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¿Por qué lo digo? Porque en cualquiera de las páginas de audio que crea Instagram para las canciones de reguetón, hay indexados cientos de videos de niñas (y niños en menor medida) bailando, mostrando curvas precoces o cantando sobre “saber hacer el —lalala’”. Sí, no duden que detrás de cualquier estribillo de moda hay alusiones al sexo que debieran ser solo para adultos.

Empiezo por Instagram porque es la red social reconocida como la peor para la salud mental de las adolescentes; porque se sienten feas, gordas, pobres, fuera de moda o comienzan a despreciar su propia vida frente a una pantalla que solo muestra influencers en bikini Shein, con curvas perfectas y manilla de hotel en la muñeca.

Les falta la madurez necesaria para entender que no es esa la vida real y que un segundo después de la pose para la foto también hay celulitis, sudor, aburrimiento, que la playa no estaba tan azul y que el champán de la copa ni siquiera les gusta. O que todo sea falso, impostado, alquilado para la foto. Porque un/una influencer es una persona normal que comparte lo mejor de su vida y lo que quieren que sea visto, no su vida real.

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Pero sufrir por eso en las redes sociales es solamente un síntoma: la causa sigue siendo una educación que desecha hablar de sexo, género, autoestima, consentimiento, feminismo. Todavía no queremos enseñar que las mujeres no somos objetos de deseo y no valemos menos si no vamos a la playa en bikini. Que ni la influencer ni los hombres pueden decidir si somos buenas o malas, sexys o virginales, amantes o esposas. Hay tiempo para ser lo que queramos con quien queramos.

Así, hay todavía peligros más grandes: la manera en que se les presenta como atractivo, lucrativo e incluso “poderoso” vivir del cuerpo, abrir un OnlyFans (plataforma de subscripciones en la que se genera contenido sexual más o menos explícito); o buscar un sugar daddy (señores mayores que pagan con regalos caros el “noviazgo” con muchachas jóvenes, finas y “de clase”).

Una forma de prostitución teñida de rosa que esconde cómo ahí también hay vergüenza, tipos que sienten que te compran y te mandan, que te desean, pero te desprecian. Y, mientras, en Instagram solo se enseñan los paseos en carro y los videos doblando estribillos de reguetón, porque la estampa de Barbie sigue hipnotizando hasta pasados los treinta.

De hecho, andan también cantando los fragmentos de Barbie girl sin saber inglés (canción de Aqua estrenada en 1997), como si fuese divertido y hasta empoderado ser la muñeca de alguien, un concepto que intenta desmontar la nueva película en códigos, otra vez, para adultos.

Usted me dirá, ya que estoy dando la lata, ¿qué puede hacer? Que si le quita el teléfono y castiga al niño o a la niña. Y yo le diré que lo primero es saber qué hace su hijo o hija en cada red social. No suponer que es “cosa de muchachos” porque todos andan igual.

Luego, chatear y ver videos de YouTube está permitido, con los debidos controles parentales, pero Instagram, Likee, TikTok y Facebook no. Si es tarde para borrar las cuentas, quizás no lo sea para informarse y empezar a hablar con ellos de los temas de tres párrafos más arriba.

No olvide lo que hay en riesgo: su hijo o hija está creando una huella imborrable en Internet, que en par de años puede avergonzarle, o caer en las manos más despreciables de todas: las de la pedofilia. Ninguna niña o niño de doce años debería ser un “palo” ni un “palazo”.


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